jueves, diciembre 08, 2005

Cuento de una noche

“Cuando se despertó no recordaba nada de la noche anterior, deeeeeemasiadas cervezas, dijo al ver mi cabeza al lado de la suya en la almohada…”
Carajo, dónde estoy… que mierda, seguramente daré la vuelta y pasará lo de siempre… estará ahí el pendejo de turno…
Lo abrazaré, le diré que fue increíble pasar la noche con él, él me creerá porque los hombres que escriben demasiado son tontamente sensibles, y yo me aguantaré la risa para no evidenciarme antes de tiempo; Luego me sentaré en la cama y verá mi espalda, la cual acariciará, mmmm, para ese entonces debo haber localizado la parte que me llevaré…
Ayer fue un día diferente, maldición, no debería pasar esto, igual él pronto se irá y yo también…
Ahora recuerdo un poco más claramente…

-Espero no demore mucho el escritorcito este, ¿Cómo dijo que se llama?, ¿Carlos? ¿Dorian?... que vaina, odio esperar.
-No creo que tarde mucho, hasta donde he podido dilucidar de sus textos es un hombre muy puntual.
-Es solo otro hombre y ¡ya!, nada más.

-Míralo, ahí viene… bueno, por lo menos no vino solo, que perfecto par de enclenques… asumo que el moreno es el dizque escritor ¿no?
-Si, es él, alguna vez lo vi en una foto… es él, estoy segura.
-Bueeeeno, aquí vamos, por lo menos parece que está sano…. Jajajajajaja.

Nos sentamos en una mesa, las cervezas iban y venían, y hasta donde recuerdo la conversación y el modo de moverse en la plática, del que ahora está a mi lado desnudo, me idiotizó. Se siente bien su piel en la mía… muy bien. Espero que no despierte muy pronto, no quiero decirle adiós aún. Veamos bajo las sábanas a ver que espécimen me tocó… ajá, bueno, no es de asombrarme, siempre he tenido una puntería prodigiosa para esto. ¿Porqué tuvo que besarme? Más bien ¿En qué instante provoqué y permití que me besara?... malditas y benditas cervezas.

-¿Seguiremos aquí hasta que una hipotermia nos provoque la muerte segura?- preguntó el niño escritor.
-Nooooooo, vamos a un karaoke- dije yo, con el alcohol hablando de más y la conciencia entumecida por la labia que se manejó toda la tarde.
-Siiiiiii, vamos al karaoke, ya estamos cantando mucho y a capela- dijo mi amiga.
- Bueno, vamos señoritas- concluyó el amigo del escritorcito que creo era médico.

-Déjalos que se adelanten un poco- le propuse a mi amiga. Y era prudente, puesto que estábamos en una ciudad extraña, y no quería que nos perdiéramos para nada.
-Bueno, bueno, que vayan por delante.
-¿Te gustó alguno de los especimenes?
-La verdad es que ninguno de los dos son mi tipo, aparte de eso, están muy chiquitos.
-Pues a mi me gustó un poco el escritor ese.
-Ten cuidado que es un cuenta cuentos.
-Entonces seré el mejor cuento que pueda contar.

-Listo, pidamos las canciones ¿no?, ¡Jefe!, ¡ey jefe!, ¿puede traerme el cancionero por favor?- le instó mi escritorcito al mesero del lugar.

Las canciones estuvieron a la orden del día, según recuerdo. Fue en ese instante, en ese pequeño instante, en el medio de la canción número cuarenta y la número treinta y tres, cuando vi la señal que me advirtió que él tenía algo que yo necesitaba para mi, algo que debía tener mi hombre ideal; entonces, con el micrófono que poco a poco se hacía transparente, nos besamos; creo que él me besó, y me encantó… ¿Qué sería eso que me atrajo tanto?...
Ahora que estoy sentada en la cama, con mis pechos al aire y él acariciándome la espalda tal y como lo pronostiqué, intento acordarme porqué terminé la noche acostándome con él, no tenía nada especial; los otros con los que había estado me habían prestado aquello que yo requería, y por eso había estado con ellos, por eso habían visto mi cuerpo desnudo…
¿Pero ahora?

-Me encanta que hayas aparecido en mi vida, linda- dijo el cuenta cuentos. Para este entonces ya habíamos dejado atrás el karaoke pero habíamos llevado nuestros besos hasta un café que estaba próximo al lugar.
-A mi también me encanta haberte conocido, precioso- agregué con una mezcla de espuma de cerveza en el alma y una cosquilla, no sé definir bien en dónde.
-¿Qué tendrás que me gustas tanto?- me inquirió.
-Aún no lo sé - dije – pero lo sabremos pronto, supongo.
-Es lo real que eres, y al mismo tiempo lo desconocida y oculta que eres para mi, ahora.
-No me conoces.
-Lo que conozco me basta y me sobra, para arriesgarme y confiar.
-Estás loco.
-Es la única manera que he encontrado para sobrevivir en esta mierda de mundo-concluyó.

Fue una plática realmente interesante, según recordaba, hablamos toda la noche mientras el café se iba vaciando de sus visitantes casuales y perpetuos; su mirada me había cautivado pero no por eso decidí llevarlo a mi cama y tenerlo aquí ahora acariciando mis senos y con su mano explorando mi pubis; la manera en que argumentaba sus extrañas y demasiado cursis ideas me paralizó y me llenó de emoción pero no solo sus palabras fueron las que lo condujeron a dormir entre mis piernas; era algo más… algo que aún no lograba dilucidar aunque ahora él me viera con esa confianza y esa intimidad que solo se tiene cuando… cuando… cuando hay cariño.
Eso era lo que había llevado al extraño narrador de cuentos a mi lecho y lo que lo mantenía aún aquí entibiándome las ganas, su corazón era lo que yo buscaba, su cariño, su manera de querer así tan soñadoramente, tan libre y arriesgadamente, tan real y tan sin sentido.
Otras veces había sido más sencillo encontrar el móvil: habían hombres que tenían las manos perfectas lo cual les hacía perfectos para mí, otros que tenían los ojos más sinceros y hermosos que jamás se hubieran soñado y que le ganaban a su dueño una noche entre mis brazos, el cabello perfecto, la bella nariz, todo perfecto para un hombre perfecto… y todo tristemente desparramado en diferentes hombres. ¿Por qué no existía alguno que reuniera todas estas hermosas cualidades en un perfecto cuerpo?

Ahora había encontrado el corazón perfecto, y como era costumbre, en el cuerpo equivocado.
Hace mucho que había encontrado la solución.

-Buenos días, linda.
-Hola, precioso.
-¿Aún sigues pensando en quedarte conmigo o solo fue el efecto del alcohol que te hizo hablar de más?- me preguntó.
-Sigo pensando en quedarme contigo, en cierta forma.- alegué.
-¿En cierta forma?
-Estoy enamorada de tu corazón.
-No lo entiendo, linda.
-Lo entenderás- concluí- ¿Quieres un vaso con agua, precioso?
-Si, gracias, muero de la sed; el calor está realmente insoportable.

Bueno, finalmente, a un paso de abordar el avión de regreso a mi puerto; la capital ha sido realmente una experiencia que no olvidaré.
-Disculpe señorita- dijo el señor que revisaba las maletas- ¿puedo revisar su equipaje?
-Por su puesto, no hay ningún problema.
Ahora abrirá mi hielera de mano y vendrán las mismas preguntas de rigor de siempre, la revisión de papeles y por ende la pregunta final.
-No es normal que nos encontremos con casos como este, señorita, es decir, Doctora, pero según veo, todos sus papeles están en regla. ¿Cree que llegará a tiempo con ese corazón para el transplante?
-No se preocupe, todo en estos casos está calculado con mucha precisión.
-Bueno, gracias por su tiempo, Doctora; que tenga buen viaje.

No me agradó mucho tener que sacarle el corazón al cuenta cuentos mientras estaba inconsciente, generalmente era más divertido hacerlo mientras estaban vivos; pero este caso ameritó el sacrificio. Ahora llegaré a mi puerto y podré coserle la parte más importante a mi hombre perfecto, creo que solo me faltan los pies y las orejas… aunque he visto unos nuevos labios que me interesan.
-Disculpe UD. ¿viaja sola?
-Si
-¿Le molestaría que me sentara con UD.?, no acostumbro hacer viajes en avión y bueno, le temo a estos aparatos.
-No es una molestia en lo absoluto, siéntese si gusta.
-¿Qué libro es ese que está leyendo?
-¡Ah!, ¿este?, es mi libro de cabecera, lo leo una y otra vez en mis viajes y mi tiempos libres, se llama “El diario de Victor Frankenstein”.
-Interesante.
-Tiene unas orejas hermosas, si me permite señalárselo, Señor.
-¿Qué?