domingo, noviembre 11, 2007

Libertad

Pero sin prisas que a las misas de réquiem nunca fui aficionado,
que el traje de madera que estrenaré no está siquiera plantado
que el cura que ha de darme la extremaunción no es todavía monaguillo
que para hacer comercial a esta canción le falta un buen estribillo
“A mis cuarenta y diez” Joaquín Sabina


El timbre
A la cuarta vez pensó que iba a reventar el botón del timbre, le parecía extraño, era la primera vez que demoraba tanto y él jamás la plantaba, era correcto y recto; a ella le gustaba desde hacía mucho tiempo y se le había insinuado de mil y un maneras diferentes, pero él salía siempre con la misma letanía también con mil y un variantes: tengo novia y soy fiel. Ya eran las siete, no tarde para la oficina, pero sí para desayunar. Ojala saliera pronto.
Fue realmente coincidental la manera en que se dieron cuenta que trabajaban en la misma oficina y vivían en el mismo edificio, pensaba mientras esperaba, desde entonces iban y volvían juntos. Él tenía carro y ella no. Coincidental. ¿Estará muerto? Le dieron ganas de gritar y llamarlo por su nombre, pero, vamos, se dijo, si no escucha el timbre, mucho menos… Ya me estoy desesperando, última timbrada y llamo un taxi.
La puerta se abrió interrumpiendo el viaje de su dedo hacia el botón, ahí estaba él en calzoncillos, totalmente despeinado, con una camisa desabotonada con la que seguro se había acostado y cara de no haber pegado un ojo en toda la noche, que raro, hasta parece que ha llorado.
¿Qué demonios te pasó? Ya me estabas preocupand… Y antes de terminar la pregunta él se acercó y la besó tan largamente como larga sentía su erección, ella quiso librarse, no hay que negarlo, sus manos se aferraron al marco de la puerta y una de ellas se encontró con el botoncito estridente que empezó a sonar con su tilín tilín como pidiendo auxilio, pero dando las gracias acabó rindiendo su ruido a la par con las manos que terminaron por librar la presión que le impedían entrar al apartamento. Le arrancó la blusa de un tirón y los botones volaron en todas direcciones, el sujetador cedió sin dificultad y las manos vagaron apretando la blancura de los pechos y mordiendo con los dedos la redondez de los pezones. La acostó en la cama y la puso de espaldas, la penetró por detrás tan fuerte que ella no pudo contener las lágrimas, y la felicidad, y gritó de dolor, un grito de victoria, sintió el semen que resbalaba por el interior de sus piernas y terminaba en la alfombra de la habitación, se dio la vuelta y limpió con su boca y su lengua los rastros de semen.
Él se tumbó de espaldas a su lado.
Ella preguntó porqué, porqué ahora, porqué hoy.

El sillón
Ya son las diez y aún no llega, ¿qué le habrá pasado? Él jamás llega tarde.
Tranquilo ingeniero, ya vendrá.
Algo masculló entre dientes y se embutió en el hueco que su trasero dejaba en el sillón, detrás del escritorio que mostraba la placa de gerente propietario. Realmente raro, su mejor trabajador, fiel por un sueldo fijo desde hacía diez años, puntual y servicial; el sueldo no era nada despreciable, pero hacía años que debió pagarle más, era triste que él nunca hubiera tenido el valor para exigirle un aumento, pero siendo él el jefe tampoco se lo iba a ofrecer.
Su secretaria también había faltado, pero solo notaba su ausencia por la falta de café caliente y de roces en su entrepierna al momento del dictado. Pobre muchacha, solo servía para el sexo, y para entretener la mirada del resto de los empleados.
¡No me importa que esté en la línea, quiero verlo!
Los gritos llegaron desde el recibidor ahogando sus cavilaciones.
Unos instantes después se abrió la puerta de su despacho y entró su empleado.
Cuando salió, su jefe estaba hundido en su sillón, con los ojos desorbitados por el miedo y con una carta de renuncia metida en la boca.

El Banco
Nunca supieron porqué la cuenta número veintidós veintitrés cuarenta y cinco ochocientos fue cerrada, ni por qué el cliente arrebató una recortada a uno de los guardias y disparó sin compasión sobre todos los que en ese momento se encontraban presentes.

El beso
Cuando llegó la noche él estaba con los bolsillos llenos de dinero, con el alma desbocada, la policía buscándolo y varios muertos en su haber. La llamó al número celular. Mi amor, necesito verte, por favor sal del trabajo y ven, si, estoy en el hotel de siempre, tranquila, solo quiero conversar, no bebé no te preocupes, yo sé que estos días has estado sin ganas, prometo no tocarte, si, bueno amor, te espero.
La espera fue interminable. Cuando llegó, él la recibió con un beso que luchaba por ser apasionado, pero ella no abrió la boca. Hoy no tengo ganas, ya sabes. Mishermanassiguenenproblemasynopuedoconcentrarme. Mierda, pensó él. Y ya no se aguantó más: siempre es lo mismo, es que me duele, es que mis amigas, es que puede venir alguien, es que el sexo no me gusta tanto como a ti, ya me harté de tus esques, hoy lo vamos a hacer por que yo quiero, a la mierda tus padres y tus hermanas y todo lo que siempre te detiene. La sorpresa la paralizó y cuando supo lo que estaba pasando ya estaba desnuda y en la cama con el hombre que amaba dentro y con la seguridad de que después de ese día todo iba a ser diferente, ya no quería verlo, tenía asco y dolor, maldito, sollozaba entre dientes. Adiós.
Al marcharse le puso un beso pequeño en los labios, fuera ya era de noche, las once, tal vez más, dio un par de pasos y murió.

El sueño
Eran las seis y media de la mañana cuando la alarma sonó, sacándolo de la neblina entre la que asomaba el paseo que se había organizado a la playa con los padres de su novia, que estaban muertos en lo que acostumbramos a llamar realidad, y a los que nunca había visto, pero en los sueños no se respetan ni a vivos ni a muertos, ni a retratos ni a preconcepciones: los papás de su novia le ofrecían regalos y lo advertían del próximo tsunami que azotaría las costas mientras tuviera los ojos cerrados. Estiró el brazo sintiéndolo ajeno, mientras las representaciones sabidas y no sabidas se diluían entre las sábanas amodorradas, y de un manotazo largó la estridente maquinita al suelo. Aún se dibujaban, con líneas finas, ciertos retazos mal cosidos del sueño y él trataba de zurcirlos a medida que se incorporaba para sentarse en la cama. Los dedos índice y medio rayanos describían los familiares círculos mañaneros en sus sienes y lo hacían sentirse mejor, poco a poco se licuaban las figuras y la realidad volvía a ser la realidad, sentía la alfombra bajo sus pies y la saliva seca en su mejilla, lunes otra vez sobre la ciudad, la gente que ves vive en soledad; sooobre el bosque gris veo morir al sol, que mañana sobre la avenida nacerá, canturreaba, a medias sonreído. Se puso en pie y una hoja de papel cayó de su regazo, era la primera hoja de una Biblia que estaba seguro había desaparecido en el trasteo, al mudarse de apartamento; la cogió entre los mismos índice y medio que hace rato masturbaban sus temporales y forzó al máximo su memoria para intentar recordar si se había levantado en la noche a orinar, y es que nunca le eran claras esas levantadas de la madrugada. En reemplazo de esa evocación emborronada le llegó totalmente perfilada la imagen de sus desconocidos suegros que le advertían del maremoto, o ya no estaba seguro si era maremoto o no, ahora parecía más bien una advertencia la muerte de algún futuro nada encantador morirás; compelió a sus neuronas a que se electrocutaran más rápido y con más fuerza, la fecha está en el papel y solo entonces apareció en la parte interior de sus párpados, como una película muda con voces mal dobladas, la parte del sueño que marcó el resto de su día. Le dio la vuelta a la página y ahí estaba anotada, con una letra que no era la suya, una fecha, la fecha de hoy, once y veinte de la noche se dijo visiblemente consternado. Él no era de los que creían en este tipo de premoniciones, pero el hecho de que la hoja de papel escrita por sus suegros hubiera transmutado del sueño a la realidad, le era suficiente para tirar abajo toda la estantería de su realidad. Cayó de rodillas y empezó a llorar, pensó y pensó, y decidió quedarse acostado en la cama, huir de todo y de todos, esperar la muerte resignada y pacientemente. Cerró los ojos y los apretó fuertemente para ver si así, al abrirlos, despertaba de nuevo, apagaba nuevamente el reloj despertador y descubría que no existía ninguna hoja de papel de Biblia en su regazo. Durmió lo que a él le parecieron horas, volvió a sonar el la maquinita negra, el titití titití titití lo levantó lleno de esperanza, y al buscar el despertador recordó, recordó todo, el despertador estaba en el suelo, la noche anterior lo había programado para que sonara también a las siete de la mañana pues siempre se quedaba dormido, la hoja con la fecha y hora de su deceso estaba sobre la mesita de noche. Sonó el timbre de la puerta. Una, dos, tres, cuatro veces.

Libertad
La dejó en la cama, desnuda y muerta, ¿porqué tener que explicar los porqués cuando ya no importan?. Siempre la odió, le parecía un ser repulsivo e insoportable. Con su falda corta hasta el ombligo y su boca pintarrajeada como puta, ¡oh! Pero si trabajamos en la misma oficina y vivimos en el mismo edificio había dicho ella que liiindo que liiindo, podemos ir juntos, y podemos volver juntos perra estúpida, cuántas veces había querido reventarle el culo a patadas. Y salió a vivirse su último día.

viernes, noviembre 09, 2007

Mi primer MEMME

TENGO…..

Yo tengo: Un taller de pintura, el tubo de blanco acabado, una tesis a medias, ganas de ser profesor, un libro por publicar, los pies fríos, la cabeza llena de cuentos... y 25 años.
Yo deseo: todos los días.
Yo odio: las oficinas, los ternos, la rutina, los ascensores, el reguetón, el jálouin, los concursos de modelaje, el dinero, la política, demonios odio muchas cosas... en fin.
Yo le tengo miedo: a la oscuridad.
Yo lloro: por películas tristes, por películas felices, por películas de dibujitos, por películas; cuando me mienten y los descubro.
Yo pierdo: todo lo que digo: "lo voy a dejar aquí para acordarme dónde lo dejé"
Yo necesito: Escribir y pintar.
Yo le debo: un centavo al tofu.
Me duele: el país.

SI O NO??

Tienes un diario: El recorte de un diario donde sale una noticia de que un cisne se enamoró de un barco con forma de cisne, vale?
Te gusta cocinar: No.
Tienes un secreto que no le hayas contado a nadie: No.
Pones tu reloj unos minutos adelantado: No.
Crees en el amor: Sí.
Te bañas todos los días: No... y ya debería hoy... a ver... si, ya debería.
Te quieres casar: A veces.
Te gustan las tormentas: Sí.

¿Quién es?

La persona más rara: Gokú.
La persona más molesta: Mi hermana
La persona que te conoce mejor: Yo.
La frase que más usas en el MSN: Chao.
Tu grupo favorito: La mandrágora.
Tu mayor deseo: vivir haciendo lo que amo.

Otras preguntas:

Signo: Tauro.
Color natural de pelo: Negro.
Color de ojos: Negro.
Número favorito: 13.
Día favorito: Jueves.
Estación del año: No sé, eso que tiene que ver?
Deporte favorito: Baloncesto y sexo.
Café o té: Café.
Montaña o playa: Montaña.
Sol o nieve: Nieve.

En las últimas 24 horas he:

Llorado?: No.
Ayudado a alguien?: Si.
Comprado algo?: Un lienzo.
Enfermado?: No.
Ido al cine?: No.
Salido a cenar?: No.
Dicho te amo?: No.
Escrito una carta?: No,
Perdido a una novia?: No.
Hablado con alguien que hace tiempo no hablabas?: Sí, con la joceline.
Escrito en un periodico?: No.
Abrazado a alguien?: Si.
Peleado con un pariente?: Sí.
Peleado con un amigo?: No.
Soñado despierto?: Sí.

Alguna vez podrías…

Comer un gusano: Sí.
Matar a alguien?: Sí.
Besar a alguien del mismo sexo?: Sí.
Tener sexo con alguien del mismo sexo?: No.
Lanzarte de un paracaídas?: Sí.
Cantar en un karaoke?: Siempre que voy.
Emborracharte?: Sí... empre.
Robar en una tienda?: Sólo libros, y pipas.
Usar maquillaje en público?: Sí, disfrazado de viuda, entre otras cosas.

Y ya... saludos, estuvo interesante esta vaina.

martes, octubre 30, 2007

La dialéctica del perro

¿Qué diantres me verá ese perro? Parece que me desnuda con su mirada, aunque en realidad… ¿De dónde demonios salió este perro?, ¿Existirá algún lugar, país o continente, escondido, en el cual los perros vivan felices para siempre amén, amén?; debería existir, algo así como el cielo de los perros, pero al revés, o al derecho. En India creo que los perros son sagrados y viven mejor que sus dueños, o era en Tailandia, la cosa es que los perros ahí pueden comer hasta perros calientes, para aprovechar el juego de palabras se me disculpa el latinismo. Hasta parece que piensa el animal este, y me habla, me ladra e intento comprenderlo; aparentemente los guaus de hambre son más largos que los guaus de ir al baño, pero más cortos que los guaus de enojo. A ver mijo diga guau, diga guau. Este perro voyeur ha sido filósofo o semiólogo. ¿Me habló en algún momento? Puta, creo que me inventé que habló, por que no se ha movido ni un centímetro, y así sin moverse ya me planteó un problema dialéctico. Ladrar o no ladrar,
esa es la cuestión. Perro, ergo existo. Hasta parafraseo, esto es el colmo. Perro, ¿cómo evitar pensar en la realidad del perro que, aunque es una perrogrullada, amenaza con hacerme seguir mi perrorata? Perro, perro perro. Deja de mirarme de una buena vez infeliz. Si existe algún lugar etiquetado como el cielo perruno espero que esté preparado para recibirte, nadie me mira así y se queda sin recibir su merecido.
De un solo manotazo largó el perro hacia el suelo, el ruido del cristal despedazado contra las baldosas atrajo todas las miradas, la música se detuvo y los cuchicheos empezaron a compactar ideas.
Lentamente el chico se levantó y se alejó sosteniéndose del mundo para no caer, sólo se alcanzaban escuchar palabras arrastradas por el alcohol, incoherencias que describían un mundo perfecto y, extrañamente, ladridos ahogados por un hipo incipiente.

miércoles, agosto 29, 2007

Box

Uno. Un sobresalto, una especie de sacudón instantáneo y violento, sacó a Francisco Guerrero del pesado sueño en que se había sumido hacía pocas horas. Por un acto reflejo se palpó el cuerpo en busca del celular para ver la hora. Del bolsillo de su chompa de cuello barato –desde hace tres días seguidos dormía con la ropa puesta- extrajo el aparato cuya pantalla estaba apagado por falta de batería. Sin levantarse, abrió el cajón de su destartalada mesita de noche y revolvió facturas, tarjetas, calendarios viejos estampados con mujeres desnudas, envoltorios vacíos de chicles, hasta que dio con viejo reloj Casio electrónico al que le faltaban las correas. Las once de la mañana. Soltó un insulto al tiempo que intentaba incorporarse en el sofá que le servía de cama desde que su última conviviente lo dejó hace cuatro meses, tirándole la puerta en la cara y gritando desde el pasillo, con la ira ya ahogada por el aburrimiento: “Eres una huevada Pancho, siempre has sido una huevada”. Se apretó la cabeza con las dos palmas, se masajeó describiendo pequeños círculos y se peinó con las manos como cumpliendo alguna especie de ritual cosmético gastado y ridículo. A las doce tenía que estar en el Coliseo Rumiñahui para la final del campeonato provincial de Karate. Había quedado con Julio, su compañero en la revista, para cubrirlo en las peleas que, según le dijo, arrancarían a las nueve y terminarían hacia el medio día. Dos. ¿Por qué los hijueputas karatecas hacen una final un viernes? ¿Quién, aparte de los periodistas, trasnochados y magros, iba a ver a dos cojudos sacándose la puta?, pensó Guerrero y se felicitó por hallar casi sin esfuerzo los adjetivos “trasnochado” y “magro”. Se alisó, en un gesto inútil, la chompa de cuero y volvió a pasarse una mano por el pelo indócil y requemado por la mugre y el humo del cigarrillo. Tres. Masculló: “mierda, lo que hay que hacer por un culito” mientras abría la llave de la ducha eléctrica y se iba despojando de la blanca camisa arrugada, los mocasines negros azotados por el uso, las medias chinas verdes y hediondas, cuando se echó el calzoncillo hacia abajo recordó que también tenía una entrevista –la sexta ya- con Jaime “el látigo” García, su antiguo amigo, el boxeador fracasado, de quien preparaba una biografía desde hacía cuatro años, sin mayores entusiasmos ni perspectivas.
Aunque le gruñía el estómago, tan luego se peinó y se roció de perfume, salió hacia el coliseo. El tráfico lo encontró en la seis de diciembre por la que, equivocadamente, había pensado que a esa hora llegaría más rápido. Tres. El carro Cóndor rojo que había comprado hacía diez años, quemaba aceite y tenía una direccional rota, por lo que Guerrero temió ser detenido cuando pasó cerca del oficial que dirigía el tránsito en la Orellana por la que torció a la izquierda. El radio, o único flamante en la tristeza general del tapizado, sintonizaba La Red desde la que una voz cascada comentaba los resultados de la dupleta del día anterior. Guerrero, extrañamente, no tenía idea de cómo habían quedado y su explosión fue sincera cuando, al enterarse de que el Deportivo Quito había ganado 3-1 a la Liga dijo: “Hijos de puta, ahí está carevergas. ¿Quién es su marido? Para que nos digan chimbadores por algo”. Hasta pitó un par de veces para consternación y molestia de los otros carros, que bajo el feroz medio día de Quito, parecían derretirse. El tráfico se detuvo por casi cinco minutos mientras los capoes ardían. Cuatro. La emisora se fue; con la mano derecha trataba de volver agarrarla y con la izquierda orquestaba junto con los otros vehículos la disonante e irritante banda sonora de su vida. Luego de los atormentadores cinco minutos encontró La Red y notó que unos carros más adelante brillaba una luz de descongestión. Una sonrisa hendió su rostro, aunque ya estaba tarde para la final de Karate, sabía que alcanzaría el par de entrevistas que necesitaba; sus pies jugaban con los pedales para dejar rodar un poco el carro y provocar así al conductor de adelante a hacer lo mismo; pero el conductor de al frente no se movía. La indignación empezó a subirle por la garganta, “todos los putos carros se mueven, menos el mío, que mierda”-murmuró entre los sonidos de los pitos tras él, y fijando la vista hacia delante, para controlar la furia, se concentró en un adhesivo del vidrio trasero del inmóvil automóvil que mostraba a un lagartito vestido con gorra y camiseta blancas “¡liguista tenías que ser, cabrón!” dijo esta vez gritando, asomando la mitad del cuerpo por la ventana y agitando el puño totalmente fuera de sí. La puerta del auto que detenía el tránsito se abrió descubriendo para Guerrero una masa gigantesca de piel y músculos; un negro de unas dimensiones intimidantes empezó a caminar hacia su condorito, al llegar a su ventanilla se inclinó dejando ver unos ojos rojos desorbitados y una boca que se abría soltando un tufo a alcohol que lo mareó y lo hizo temblar hasta el tuétano. Era “el látigo” García en una juma espectacular. Cinco. Al reconocerlo, Guerrero sintió el alivio del que es sentado en la silla eléctrica y luego llamado para ser indultado; aunque no habían llevado una buena relación desde lo de Katerine, él era su biógrafo y se sentía a salvo tras las páginas que llevaba escritas sobre él; “el poder del periodista” pensó sonriendo y repantigándose como podía en su asiento. “¿Qué pasóf Jaimico?, ¿Por qué la chuma tan temprano? Y por qué no invitas”. Y lo que salió de la boca del látigo fue una serie de palabras ininteligibles de entre las cuales logró distinguir un: “llévame al coliseo” mientras abría la puerta del destartalado Cóndor y se dejaba caer cuan largo era, en el asiento de atrás. Guerrero soltó una carcajada más grande que su pasajero y, rebasando al automóvil abandonado, enfiló, entre los autos que avanzaban, hasta el Rumiñahui. “Hay que aceptarlo”-pensó-, “el boxeador este, es y siempre fue de cuarta, pero es medalla de oro en lo que de corazón se trata, seguro ya viene chupando por la Katerine, pobre, pero bien hecho, eso le pasa por pendejo, bien clarito le dije yo que esa man era bien calientahuevos, y una interesada, y que lo iba a arruinar”. Como si hubiera estado leyendo sus pensamientos, el látigo se incorporó y le dijo: “Túm-ela-quitajte, ¿por qué?” y le dieron ganas de responderle, por dios que le dieron ganas de responderle, un: “te salvé la vida pana, y también salvé los pocos sucres que te dejó la infeliz”, pero al abrir la boca y ver el espejo retrovisor se dio cuenta que dormía profundamente, tanto, que cogió de lleno los dos baches que flanquean la entrada del coliseo y ni se inmutó. “Tanto golpe en la cabeza me lo tienen que haber dejado blandito de cerebro”-dijo, muy bajito, mientras abría la puerta del coche y bajaba, “volveré para que me sigas contando tu vida loco” acotó con un amago de sonrisa.
Seis. La pelea lo recibió con el zurdo como campeón.
Maldita sea la hora que empecé a conocer a todos estos pelmazos. “¡Qué más zurdo!”
“Que más panchito, ¿viste cómo le saqué la pugta al pobre?, no sabe ni qué lo golpeó. Le di un mal golpe al infeliz, o sea, malo para él y su cuello, pero bueno para el puntaje. ¿Viste?”
Que ganas de reventarte a patadas zurdo careverga. “Si, si vi, no pudo ni devolverte el golpe, ve loco; como ya te has vuelto medio famoso me mandaron a entrevistarte, así que siéntate y cuéntame el combate”, dijo, mientras asentaba su grabadora en el suelo del coliseo.
“Ahorita no me jodas, que novia me está esperando”
Ya te cagaste zurdito, te voy a sacar una nota tan brutal que mañana van a pensar que ganaste por acostarte con los jueces.
“Bueno, fresco, yo te espero el tiempo que sea, necesito la nota ve, no seas mamón”.
“Está bien, está bien, ya regreso” y se alejó caminando.
Al fondo del coliseo lo esperaba la que Guerrero suponía era la novia, no alcanzaba a distinguirla bien, pero que sa-bro-sa parecí… “¡Es la Katerine!, esta mancita si que se manda el bagre que asome con tal de que tenga plata. Con más ganas te cago en la revista con la nota”.
Siete. Guerrero había aprendido a superar la pérdida de Katerine, no así el látigo que, aún desequilibrado por el alcohol, embestía al que se atravesaba en su camino y se acercaba iracundo hacia la pareja; no le importaba nada ni nadie a su alrededor, tumbaba mesas y cuerpos por donde pasaba. Al llegar frente al zurdo lo encaró llorando, bufando palabras entre palabrotas. “Se me armó un notición”-se dijo Guerrero-“el karateca contra el boxeador, pero ni al Stallone se le hubiera ocurrido esto para Rocky”. El zurdo le dio una patada en el cuello, pero el látigo no se movió, sino que, respondió con un puñetazo directo a la mandíbula. Está muerto. Maldito látigo, no me ganarás, y peor aún me quieres humillar frente a la Katerine, por qué no dejan todos de gritar, bola de hijueputas. Recién es el cuarto round, por qué no me hice periodista mejor, como me dijo mi madre, no estaría tragando sangre en este momento. Ocho.

Un sobresalto, una especia de sacudón instantáneo y violento, sacó a Francisco “mano de hierro” Guerrero del pesado sueño en que lo había sumido el golpe de su contrincante; sin embargo, a la cuenta de ocho se levantó de la lona, el juez del encuentro lo revisó y permitió que continuara el combate. En el cuarto asalto redujo al retador Jaime “el látigo” García a una masa de carne y huesos incapaz de levantarse. MANO DE HIERRO logró defender su título frente a más de quinientas personas. Según confesiones que realizó a este medio, piensa que será su última pelea.

Juan Gabriel Chancay / Edwin Alcarás

lunes, julio 23, 2007

El Hacedor

I

Se detuvo cuando lo vio.
Solo quería gritarle: ¡Eres tú!, ¡Eres tú!.
Y ahora sí era él. La última vez caminaba a su lado sintiendo los vellitos de su cuello erizados por el contacto con su piel y escuchaba sus palabras con atención… y con miedo.

II

-Eres perfecto para mi- dijo mientras tomaba su mano.
-Y tú lo eres para mi.
El sol caía sobre ellos mientras caía también en el horizonte; se detuvieron agotados por el calor del atardecer. Entrelazados los dedos de las manos y ambas miradas fijas donde el mar se confunde con el cielo, sentían el latir de sus corazones y el sudor perlando sus frentes. Ambos respiraban agitadamente pues la tarde los descubrió caminando sin rumbo y queriendo compartir sus vidas.
-No sé como llegaste a mi- dijo ella- sin embargo estás aquí. Hasta no hace mucho me hubiera importado poco morir, pero hoy, contigo a mi lado, no quiero irme nunca… ¿te quedarás conmigo para siempre?
-Nunca te dejaré - respondió él.
Y ella le creyó. Cerró sus ojos dejando al sol y la brisa del mar secar su rostro y su cuerpo mientras sus pies jugueteaban con la arena. Él la tomó por la cintura con ambas manos y la acercó a su cuerpo, sintió sus pechos suaves y tibios, la deseó y ,como cada noche, la quiso para él y para nadie más.
Ella deslizó sus manos hasta sus propios hombros y dejó caer su vestido suavemente, descubriendo el albor de su piel revestida solo con el halo pardo que creaban los vellos en su cuerpo. Sus labios temblaban y al contacto con la boca de su amante sintió el cielo derramarse en su interior; sus muslos ardían y su vientre se arqueaba al recibir cada oleada de placer… y de dolor.
Él podía tenerla para siempre, lo sabía, y lo quería; bastaba con rodearle el cuello con sus manos y presionar fuerte, luego sería solo el sonido de las vértebras rompiéndose y en seguida… la eternidad juntos. Pero no podía hacerlo, estaba prohibido por reglas que, en un momento de desesperación, él mismo escribió, pensaba con dolor.

-Y entonces me despierto doctor en medio de la sala, empapada en sudor e increíblemente excitada… queriendo tocarme toda y sin una sola prenda encima. De ahí en adelante mi mente, mis actos y mi día entero lo ocupa él, ese hombre de mis sueños. Siento en cada esquina su mirada profunda y presiento su cercanía; me detengo al dar diez o veinte pasos y miro sobre mi hombro, segura de encontrarlo ahí, detrás de mi. Tengo miedo doctor, nunca había deseado a alguien así… y, él es solo una alucinación… ¿cierto?
-Gran cantidad de personas buscan reemplazar el cariño faltante en casa, fuera de ella; muchos otros buscan algún tipo de pasatiempo para llenar ese vacío; y otra parte, un poco menos común de ellas, vuelcan todo ese dolor y toda esa ausencia de figuras de amor, en el subconsciente, los encierran ahí por años y cuando ya no pueden cercarlos más se manifiestan como apariciones, sueños o fantasmas. Muchos de los pacientes tratados en mi consultorio me cuentan historias de duendecillos, y seres irreales, creados, como en tu caso, por un inconsciente carcelario; las figuras creadas en tu cabeza son los reos fugados de la autocensura de tu parte consciente.
-En pocas palabras… ¿estoy loca doctor?
-No estás loca, Ana; tu mente está queriendo recuperar los dieciocho años faltos de calor y amor del ambiente desarrollado en tu casa.

Cuando salió del consultorio estaba debilitada; las sesiones con el doctor resultaban cada vez más extenuantes, y aunque se sintiera muy cansada estaba feliz, pues sus reuniones con él la dejaban tranquila y en paz, sin sueños ni alucinaciones por varias semanas. Salió con paso decidido hacia la calle “las alucinaciones desaparecerán en su totalidad después de los veinte años, cuando el desarrollo hormonal y Psicológico concluyan…” -había dicho el médico- “ …y de ahora en adelante serán menos comunes y menos reales también”.
Sí, hablar con él siempre la tranquilizaba.

III

-Ana ingresó al psiquiátrico con un cuadro crítico de paranoia y esquizofrenia, está recluida hace poco menos de un año.
-Es una muchacha muy guapa, y parece muy sana, ¿Por qué fue internada?
-Su caso es muy extraño: empezó con un leve cuadro de delirio de persecución, una extraña construcción de figura paterna sexualmente activa se materializaba en sus sueños, poco a poco fue tomando dominio de su personalidad y terminó apropiándose de su realidad; cada rostro en la calle y en su diario vivir lo asociaba consciente e inconscientemente con el hombre de sus sueños. Pronto su estado empezó a degenerar y salía a las calles gritando “Él está en todas partes”, “puede verme, él me ama y yo lo amo también”… se quitaba la ropa y se lanzaba desnuda sobre las personas gritando “Eres tú, eres tú”.
-Pues en realidad es muy extraño… ¿reacciona frente a algún medicamento?
-Reacciona solo a los sedantes, sus sueños son cada vez más violentos, tiene en promedio seis orgasmos mientras duerme, despierta totalmente agotada y únicamente los paliativos logran que tenga un sueño tranquilo: duerme en las noches con sus pesadillas orgásmicas y duerme en las tardes, gracias a los sedantes, sin sueños. Es un caso perdido.

Ana miraba a los doctores con pasividad, sus rostros reflejaban la cara de su hombre y se sentía excitada con solo sentir su presencia. Expeditamente entraría un enfermero a inyectarle los narcóticos, ella lo sabía, y entonces tendría oportunidad de descansar de todo el amor de su hombre, de su novio.
Al recibir su dosis diaria de medicina la pesadez en sus párpados la sumergió en un profundo sueño y dentro del sueño apareció él; ella se alegró mucho al verlo y corrió a sus brazos, su rostro era hermoso, era bello y era solo suyo.
-No deberías estar aquí- le dijo mientras se acurrucaba en sus brazos.
-Ya no soportaba un minuto más sin verte. Desde tu encierro en este lugar ya no puedo mirarte a través de los ojos de las otras personas y te extraño demasiado, quiero tenerte siempre, a cada instante, y a cada segundo. He venido a llevarte conmigo.
-¡Sí!, ¡llévame contigo mi amor!- Gritó en el sueño
Y se despertó con su propio grito frente a las puertas del psiquiátrico totalmente desnuda, con un escalpelo en su mano y su brazo bañado de sangre; echó un breve vistazo sobre su hombro y descubrió varios cuerpos cubiertos con batas otrora blancas y ahora rojas.
Corrió como jamás lo había hecho en su corta vida, ignoraba cómo había logrado escapar, cómo logró evadir a doctores y guardias, pero ya no le importaba… ahora era libre y mientras corría sentía la presencia de él por todas partes, lo sentía en el aire, en su piel, sobre su espalda, en su vagina, lo sentía dentro, lo sentía afuera, su omnipresencia la confundía pero la llenaba de fuerzas.

Se detuvo cuando lo vio.
Estaba exactamente donde lo había soñado.
Solo quería gritarle: ¡Eres tú!, ¡Eres tú!.
Y ahora sí era él, estaba segura… ¡era él!

IV

El sacerdote la miró cuando se detuvo y reconoció en seguida el rostro de sus sueños, el rostro de la niña asesina; y estaba todo tal como Dios se lo había vaticinado la noche anterior:
“Ella se acercará a ti, totalmente desnuda y sosteniendo un escalpelo, no tengas miedo, toma el escalpelo de su mano y arrójalo lejos, inmediatamente cierra tus manos alrededor de su cuello y no te detengas hasta cuando lo escuches ceder”, y en seguida le pareció haber percibido algo un tanto extraño “Y luego será mía” había susurrado el creador en sus sueños.

-Debí escuchar mal- pensó en voz alta mientras ella se acercaba sonriente.

viernes, junio 22, 2007

Misantropía

Ella estaba asustada, tenía que aceptarlo; no todos los días se encontraba una noticia así en los diarios. Lo único que la alentaba un poco eran las caras de todos quienes la rodeaban, guardando sus distancias como era lógico, que estaban llenas de miedo; de un miedo más grande que el suyo. A esas horas de la noche, y regresando al valle, era común encontrar largas filas de pasajeros esperando ser pasajeros; sin embargo, y en vista de los acontecimientos recientes, solo había una columna de algo sí como diez personas cuando llegó. Era bastante obvio que muchos de los acostumbrados viajeros nocturnos decidieran optar por taxis, bicicletas, autos e incluso se rumoraba que había quienes, una vez debatido el tema con sus familiares y jefes, cambiaron sus residencias más cerca de sus lugares de trabajo o sus trabajos más cerca de sus residencias, para evitar los viajes a casa.
Uno, dos, tres, siete, once, doce… doce, era la número doce de la fila, si es que se podía llamar fila o columna a aquello de lo que estaba formando parte, por que, aunque se adivinaba un conato de hilera, cada uno de los que esperaban subir al bus estaban distanciados por, al menos, dos metros, lo que en situaciones normales, hubiera sido un paraíso para los acostumbrados a meterse entre los que esperaban paciente y educadamente su turno de subir las dos gradas hacia el interior de la buseta, en este momento no representaba peligro alguno, por lo menos no un peligro de ese tipo.
El bus estaba demorado, y mientras más gente llegaba a formarse a dos metros del último encolumnado, la impaciencia iba soltando la lengua de los que querían regresar a sus casas; como era habitual en estos casos, las primeras en opinar sobre “este terrible problema”, “este castigo de los cielos” fueron las señoras ya entradas en años, y se regocijaban internamente -de eso estaba segura- mientras salían de sus bocas los muy apropiados: “ya ni si quiera se puede viajar en bus tranquila”, o el ya muy repetido “a nosotras está bien que nos pase eso; pero a los niños, que están empezando a vivir”, y “si ayer nomás escuché que le había pasado a toda una familia, virgencita santa, en dónde terminará todo esto” y mientras entraban más en confianza todos intentaban murmurar, más bien, trataban de hacerse oír, gritando para imponerse a los dos metros de distancia obligatorios y al resto de las voces.
Ella seguía con atención cuantos diálogos se encontraba en el aire y se enteraba cada vez más el por qué del miedo tan generalizado: que no era la única que estaba bien informada, que mucha gente incluso había comprado el vídeo transmitido, ese mismo día en la tarde, para poder analizarlo bien y tomar todas las precauciones posibles para no ser una de las tantas víctimas, que en los últimos cinco días, llenaban los casilleros de las morgues.
La situación se tornó insostenible, muchos de los que estaban ahí formaditos, como en el colegio los lunes para cantar el himno, empezaron a desesperar, uno de ellos, un hombre mayor y, por lo que ocurrió, de muy pocas fuerzas después de un día de trabajo, se quedó dormido así como estaba; a ella le pareció muy gracioso un hombre de esa edad dormido en vertical y soltó una risita, que, literalmente, se desvaneció cuando luego de unos instantes el dormilón dio un par de pasos y calló sobre otro, sobre un doctor, se fijó ella, un hombre muy educado, pensó, y se equivocó, porque al sentir el cuerpo del otro sobre su propio cuerpo soltó una grosería totalmente desproporcionada con la imagen que proyectaba, dio un gran salto hacia la calle lleno de terror, y justo en ese momento apareció el bus tan anhelado, llevándoselo por delante y arrojándolo varios metros más allá, lejos de los que esperaban. El pobre hombre que había sido atropellado se había quebrado las dos piernas y mostraba el cráneo abierto en la frente, agonizaba, tal vez si alguien se hubiera acercado levantándolo del suelo y llevándolo a una clínica hubiera sobrevivido, pero el doctor estaba consciente de que nadie se iba a acercar, sabía que el momento de su muerte estaba ahí, cerró los ojos y murió.
El dormilón estaba totalmente mortificado, no supo lo que pasaba hasta que su cabeza dio contra la calzada y se despertó bruscamente, en el momento justo para ver al hombre arrollado y no pudo más que echarse a llorar, con una aflicción tan grande que ella quiso acercarse y abrazarlo, decirle que no era su culpa, que la vida es así, que tal vez era mejor, pero no lo hizo y no lo iba a hacer nadie, el miedo era de todos y todos eran del miedo.
El conductor del bus hizo una mueca cuando se inclinó hacia delante y miró el cuerpo ya exánime de ese pasajero, y pensó que ojala fuera el que buscaban; pero la suerte tiene cara de perro, rumió enseguida, ¿y si fuera ese?, no, no tenían tanta suerte, dijo en voz alta sin notarlo siquiera, mientras abría la malla que había hecho colocar hacía tres días, por temor a ser el próximo. Se fijó que subieran todos, lo cual era muy tedioso, ya que cada vez que subía uno, tenía que esperar unos segundos más de lo habitual para ver al próximo, debido a la ley de los dos metros; y se fijó también en que todos depositaran los veinticinco centavos en el túnel de plástico, adosado en la pared protectora, que desembocaba en una canastita a su lado. Solo cuando el espejo retrovisor sobre su cabeza le indicó que todos estaban sentados, arrancó, con mucho cuidado para no pasar sobre el cadáver del infeliz.
Toda esta escena la había dejado muy trastornada, la risita que soltó al ver al hombre durmiéndose de pie se transformó en una mueca tan tensionante que sentía los músculos de su cara contraídos, en lo que seguramente podían interpretar todos los que subieron con ella, como terror. Se sentó y puso su cartera en el asiento contiguo, este bus aún no quita los asientos de al lado se dijo, que peligro, la policía tiene que revisar este tipo de cosas, no puede arriesgarnos así, solo falta que, que, que empiece a subir más gente de la permitida; y se permitió un: “Dios no quiera”, aunque todo en su vida la hacia sentir como una consumada agnóstica.
¡No me toque!, ¡Aléjese de mi! Gritó una señora unos asientos más adelante, mientras un hombre se acercaba hacia ella con la mano abierta, en un gesto claramente amenazador, pese a no blandir ningún arma. Se escuchaba un ligero bisbiseo entre los que estaban sentados, un “hay que ayudarla” por ahí y un “por qué nadie hace algo” por allá, pero no se veía a nadie levantarse y evitar el robo. Este se había convertido en el modus operandi más reciente y efectivo de los ladrones de buses, jamás existió un método tan persuasivo para que la gente decente se desprendiera de sus pertenencias. Era mejor desprenderse de las cosas que desprenderse de la vida, era el pensamiento general.
Si, la están asaltando, siseo para sí misma, mientras abría el diario para releer la noticia del año, que ocupaba la página principal del principal diario del país. Ahora los ladrones no necesitaban un arma, solo el miedo. Era tan fácil como decir: si no me da su cartera la toco, si la toco se muere y si se muere igual acabaré llevándome su cartera, así que mejor conserve su vida. Ninguna de las víctimas de este tipo de fechoría se atrevían a dudar de sus asaltantes, porque la duda podría ser despejada a continuación con la muerte, y nadie estaba dispuesto a arriesgar tanto por un par de dólares.
El titular del diario rezaba simplemente: “La mano de Dios”, en seguida aparecía una foto que ocupaba gran parte de la página 1A, en donde estaba retratado el interior de un bus con la cuarta parte de sus pasajeros aparentemente dormidos en sus respectivos lugares, pero muy muertos, como explicaba la nota al pie. Según comentaba el artículo, desde hacía cinco días subía a los buses un extraño ser (“el chupa almas” lo denominaba uno de los diarios más vendidos en el país, y el más amarillista también). “Un alma enviada por dios para expiar nuestras culpas y preparar el terreno para la llegada del altísimo”, declaró el arzobispo.
Con solo rozar su piel (proseguía la noticia), o sus ropas, o solo sus manos, aún no lo sabían con certeza, te arrancaba el aliento de vida, extinguía tu luz, finiquitaba tu contrato con los vivos, te mataba. Lo más terrible es que nadie sabía como era, si era humano, si era alguien, o algo, o un gas; lo que si se sabía es que, desde que la noticia hizo su aparición, más del noventa por ciento de los habituales viajeros de los buses dejaron de ser habituales. Los buseteros equiparon sus transportes con ingeniosos sistemas para no tener que tocar a nadie y la gente mantenía las distancias, cada vez más grandes, entre… entre todos.
Bajó la mirada recorriendo toda la noticia, letra por letra, y se descubrió pronto en la última página, en donde aparecía un estudio de varios expertos, filósofos, teólogos, médicos y hasta ufólogos, en el cual se exponían teorías acerca de lo que estaba pasando. Había dos, entre todas, que llamaban su atención sobremanera: una de ellas era escrita por un metafísico reconocido, y por reconocido extranjero y por extranjero bueno en su rama; y la otra era redactada por un filósofo que era además médico de profesión, y ambas explicaciones llenaban ampliamente sus expectativas, que no eran muchas, pues con solo haber leído en algún diario: “es una enfermedad”, hubiera sido suficiente y habría aceptado esa como única explicación; sin embargo, ampliamente desarrolladas, como debe ser, las dos teorías se enraizaban en una sola base: en explicar los por qués.
El metafísico abordaba la situación preguntándose el por qué existía un ente de esta jaez, su respuesta era aparentemente sencilla: lo que tenemos en nuestras manos toma el calificativo de “regulador de densidad poblacional” lo que en su tiempo fueron las dos guerras mundiales y lo que es la muerte por desnutrición en muchos países actualmente. Las diversas manifestaciones del ser no son solo grupales sino también individuales, cuando las fuerzas que rigen este planeta encuentran desequilibrios de este género, nacen entes o grupos encargados de disciplinar el normal desenvolvimiento de la raza humana. Una vez resuelto este porqué, se planteaba luego una hipótesis sobre la manera de actuar del asesino y otra sobre cuándo detendría su ataque: Su manera de actuar, por las noches, no hace más que remarcar su carácter místico y oculto, no es alguien o algo que podamos ver o reconocer, es simplemente
una manifestación incorpórea del equilibrio que busca el universo, una vez zanjado el
problema, en el tiempo que se ha predispuesto la naturaleza, las muertes se detendrán. Esto último le sonaba a ella demasiado optimista para su gusto.
El filósofo-médico embestía, en cambio, a la historia y a las fábulas de la Biblia, entrevistaba con una amplia visión a un teólogo sobre los por qués de los poderes de JESÚS y luego desarrollaba una conjetura, llena de una ciencia ficción admirable: Existe una condición psicológica conocida como misantropía, la cual se define como la aversión al trato humano. De esta condición derivan dos afecciones que en sus etapas de madurez afectan de una manera física al cerebro alcanzando dimensiones impresionantes; una de estas es la más conocida por el mundo moderno: Jesús de Nazareth sufría del VSE “Vital Syndrome Expansion” se trata de un delirio mental que provoca al paciente la absoluta seguridad de que tiene, por tratar de describirlo de alguna manera, demasiada vida y en casos extremos como el que se relata en forma de cuento en la Biblia, lleva al individuo a compartir esa fuerza vital y, literalmente, dar vida a los muertos. La segunda enfermedad que emprende mi estudio (el MSE “Mortal Syndrome Expansion), diametralmente opuesta a la descrita líneas arriba, es la amplificación física y cerebral de la misantropía, el que padece de esta afección se cree tan firmemente falto de fuerza vital que debe robar vidas y su cuerpo lo manifiesta hurtando el alma de sus víctimas. finalmente relacionaba y cotejaba la vida y los poderes del hijo de dios con el homicida al que había bautizado como SUSEJ, para crear una contraparte teórica no solamente moral sino también gramatical.
Mientras leía las últimas líneas del diario, se levantó un joven de los asientos de adelante gritando ¡Soy yo! ¡Soy yo! ¡Yo soy SUSEJ! Y con los hechos acompañando las acciones tocó a otro joven que viajaba sentado delante de él, matándolo al instante. El pánico cundió en todos. La gente gritaba y trataba de salir del bus, que aceleraba estúpidamente como queriendo escapar del asesino. Ella se quedó petrificada en su asiento y apunto de levantarse y lanzarse por la ventana, vio que el joven supuestamente muerto se retorcía de la risa.
¡Es mentira! -gritó ella tratando de hacerse oír sobre los gritos- ¡Es una maldita broma! –pero era ya muy tarde, el vehículo se ladeó en una curva y la inercia del movimiento lo volcó sobre sí mismo. La conciencia la abandonó luego de la segunda vuelta de campana que describió el bus.
La despertó un concentrado olor a sangre y el constante pero lejano ulular de las sirenas de las ambulancias. Abrió los ojos y vio la cabeza de uno de los muchachos bromistas cerca de la suya, quiso acercarse y ayudarlo a levantarse, pero al aproximarse vio que solo era la cabeza, retrocedió horrorizada y vomitó. Luego de haber ordenado sus ideas y recuerdos se levantó y pensó que era un milagro estar viva, el bus estaba sobre uno de sus costados y calculaba que a unos cincuenta metros del derrape original. Pensó que era la única sobreviviente cuando muchos quejidos empezaron a materializarse en el aire, no era la única viva, pero sí la única en pie, todos los que aún podían articular una palabra estaban aplastados a sus asientos por el techo y era imposible que salieran solos. Ella se acercó y se dio cuenta que la mayoría tenían heridas muy graves, sintió una mano en su hombro y vio que era el otro joven de la broma, llorando, pero completo.
Las ambulancias y los policías llegaron cuando todos los heridos estaban sobre la calle, incluso gran parte de los muertos fueron sacados por una pareja de chicos, “aparentemente sanos y salvos” acotó un camillero.
Sin embargo, todos los rescatados, antes de ser subidos a las ambulancias, con grandes esfuerzos porque nadie quería tocar a nadie, murieron; incluso uno de los jóvenes que era presumiblemente el que provocó el accidente, y que luego ayudó a sacar los cuerpos, estaba muerto, “debió tener derrames internos”, dijo el mismo camillero de momentos antes, y mientras acababa de verter su opinión profesional, todas las armas de los policías apuntaban a una chica que, sentada en el pavimento, lloraba amargamente.

lunes, abril 30, 2007

La verdad

La verdad es que siempre le había resultado difícil mantener una relación estable: yo le conocía una veintena de exeses y una centena de historias, y eso que recién acariciaba los dieciséis años, de los cuales, en los últimos tres, su cuartito había hecho debutar a más de un aventado o asustado niño, o por lo menos eso es lo que ella me había contado, mmm, hace unos cuatro días, por ejemplo, sin ir muy lejos me abrumó, como casi todos los fines de semana, con sus cuentos de niños con deseos deseables y manos deseadoras, “¿habría algún problema con que me cuente todo?”,”¿Le iba yo a contar a sus padres?”, eso no me corresponde a mi, le respondía, y me daba cuenta que pese a tener más experiencias en el campo de la piel que las mías, su lado de niña aún la sumergía en el temor de ser descubierta y en la vergüenza de tener que explicar por qué cambiaba tantas veces sus sábanas en la semana; “a usted le puedo contar hasta que estoy pensando probar lo que vi en una de esas películas que mi pa guarda, tras la pistola que siempre está descargada en el closet, que ¿qué vi?, eso donde uno de los hombres le mete su pipí por un lugar, que no había visto antes, a una chica que me parece, para serle sincera, que aunque le duele lo disfruta mucho, ¿usted lo ha hecho?, ¿les duele mucho?” y a mi explicación siempre le faltaban puntos y comas: empezaba preguntándole cuál era ese lugar y entonces al oír su respuesta todo se me desmoronaba, ella me desconcertaba siempre y luego de hablarle y tratar de aconsejarla, regresaba a mis lecturas y mis trabajos, no cumplía mis obligaciones y me equivocaba en todo lo que hacía porque mi mente estaba con ella paseando con el muchachito de turno; luego aparecía por la noche cuando yo estaba cerrando, “solo quiero hablar un momento” era su eterna mentira y ese “un momento” se convertía en dos momentos, en tres momentos, en veinte momentos y cuando nos daba la media noche tenía que llamar y justificar su ausencia diciéndoles que estaba conmigo, ayudándome; “ayudándole a qué, tan tarde en la noche” a barrer, a organizar los libros y practicar mis lecturas “está bien, pero que no se demore mucho más, si usted puede, le agradecería que la trajera antes de la una porque mañana tiene clases”; ay don Liborio si supiera lo que hace su hija en vez de ir a clases, si yo pudiera decírselo, si estuviera en mí poder…. y me colgaba con un buenas noches que interrumpía mis pensamientos ya para entonces muy encontrados y me hacían pasear la mirada entre mi pequeña amiga, porque para entonces ya la consideraba como tal, y el teléfono que acababa de colgar donde su padre se había quedado aquietado por mis palabras, que ya casi eran mentiras gracias a la influencia de esa pequeña que me miraba con expectación; ¿su papá se había quedado tranquilo?, ¿podía quedarse mucho más tarde hablando con su mejor amigo?, ¿podía quedarse a dormir con él?, si, si y no, eran las réplicas que la ponían muy contenta el tiempo que nos quedábamos conversando y también el camino de vuelta a su casa, en mi carro, en donde, naturalmente, las preguntas y las confidencias seguían con más o menos intensidad hasta llegar, entonces se bajaba y me daba un beso en la comisura de los labios que me dejaba atontado sin poder dormir hasta el siguiente día, en el cual recibiría la visita de mi pequeña, esa pequeña que me había hecho dependiente de sus historias de sobre cama, las cuales esperaba como novela diaria y que me creaban más zozobra que cualesquier otra cosa; debo aclarar que ella se daba cuenta y buscaba provocar ese no saber qué decir en mí, yo creo que lo disfrutaba, por eso a veces sus historias me parecían mentira, una forma de acercarse a mi, de tener algo para contarme y que yo siguiera sus aventuras opinando, aconsejando y más que todo callando, y bueno, ella sabía que podía contar conmigo para todo eso; digo que solo algunas historias me parecían mentira porque no tenía maneras de comprobarlas, había muchos chicos que venían a mí para contarme sus problemas y alguno de ellos me confirmaba que mi niña había hecho travesuras bajo sus pantalones, pero yo tampoco podía ir tras ellos preguntándoles, si ellos con su buena voluntad se acercaban yo los oía y mientras los oía veía a mi amiguita sentada a una distancia prudente, observando, siempre observando, vigilando cualquier movimiento mío, o quién sabe, vigilando que a alguna de sus víctimas no se le fuera a escapar algo que yo no debía escuchar, tal vez estaba ahí intimidándolos, solo para hacerles saber que si cometían una imprudencia podían pagarlo muy caro; esta clase de pensamientos lúgubres eran los que ella lograba, de alguna extraña manera, meterme en la cabeza y aunque no he tenido nunca una personalidad influenciable, su mirada me intimidaba, me entretenía y me gustaba, no era un gusto enfermizo, era un gusto más bien deportivo, ese tipo de efecto que tienen las luces sobre los insectos: ella se acercaba a mi y yo esperaba con ansia y con miedo sus preguntas, su presencia era un poco de luz en la noche, y así la veía siempre: sin malicia, y bueno, si hablamos de malicia era ella la que tenía esos ojos malevolentes con los que, cada vez que empezaba una de sus historias, yo me perdía del tiempo y del espacio y así fue como hoy, que llegó a contarme de su última conquista, que era un hombre mayor, me metí en sus preguntas y en mi afán de contestarlas: ¿la edad era importante en una relación? y si la diferencia era muy grande ¿habría problemas?; cuántos años tiene él, pregunté “cuantos años tiene usted” dijo ella y se me cayó la estantería de las respuestas que había estado planificando en mi cabeza, conmigo no tienes una relación, yo no soy tu conquista soy muy mayor para ti y aparte de la edad tu sabes muy bien que yo no puedo; y entonces ella empezó a quitarse la ropa mientras yo empezaba a temblar de pies a cabeza pensando en salir corriendo, pensando en que bastaba que alguien viniera a visitarme para descubrir una niña de dieciséis años desnuda en mi recámara, pero mis piernas no reaccionaban y a medida que sus prendas iban cayendo yo sentía una atracción tan grande que no sabría como explicar, mis ojos iban y venían recorriendo el cuerpo de mi niña mientras ella se acercaba mostrándome la blancura de su cuerpo y tapando con sus dedos sus pezones rosados y chiquitos, como sus pechos; sin preverlo si quiera, sus labios tibiecitos ya estaban sobre los míos y yo petrificado del miedo no atiné ni a separarla ni a corresponder sus besos y caricias cada vez más profundas; “me tendrá que mandar a rezar de penitencia muchos avemarías y padrenuestros por esto padrecito, ¿por qué tiembla?, ¿tiene frío?” y sintiendo sus manos desnudas en mi cuerpo me di cuenta que estaba desnudo yo también, que en el transcurso de esas palabras se había desecho de mi cuello blanco, mi hábito negro y de la poca sangre fría que me quedaba, porque ahora también yo la besaba y la acariciaba, la llevé al pequeño camastro en el que había destinado años enteros de meditación, arrepentimiento y mis lecturas diarias de la biblia, la que ahora caía al suelo expulsada de la cama el mismo momento en que yo lanzaba el cuerpecito frágil que tenía entre mis brazos hacia las sábanas, la besaba y acariciaba como me había contado que lo hacían sus niños amantes, ella lloraba del dolor que le producía sentirme dentro, “lo amo padrecito”, “yo también te amo mi niña y no lo supe hasta hoy” y entonces lo vi a usted, entre las sombras como ahora, en el umbral de la puerta de mi cuarto y aunque no alcanzo a ver su rostro le ruego que baje esa pistola, yo sé que no quiere herir a nadie, mi niña y yo nos amamos, y esa es la verdad, si se acerca podría explicárselo, usted entenderá, eso, acérquese un poco hacia la luz; Don Liborio, baje el arma por favor, si; tiene razón olvidamos justificar su atraso a la casa y es la madrugada lo que lo ha empujado a usted a venir a recogerla, pero es la primera vez que pasa algo así, mírela, ahora mismo hace lo posible por cubrirse con las sábanas, pobrecita, está muy asustada, no creo que usted provoque que su hija presencie un asesinato, no; deje de apuntarme, por favor, no disp….

lunes, enero 22, 2007

El desayuno de lagarto

Cuando el lagarto se despertó, el sol ya se había acomodado en la mitad del cielo.

Era muy pequeña cuando un extraño tumor empezó a crecer dentro de su cabecita. Los doctores expresaron, como es costumbre en ellos, su opinión cientifiquísima: “es un linfoma profuso en un intersticio del lóbulo parietal, es inoperable, poco a poco perderá sus facultades motoras y finalmente expirará”, concordaban todos; ella no entendía ninguna de estas palabras, pero oyendo hablar a sus padres con miles de doctores se enteró de su futuro, o sea, de su muerte.
Todos los adultos la trataban como si tuviera la peste, y ella empezó a alimentar un odio silencioso hacia ellos y hacia las máquinas de luces causantes de la pérdida de todo su largo cabello oscuro. Cuando ya toda esperanza estaba perdida y “sólo le quedaba encomendarse a Diosito” según le recomendaron esas personas mayores llamadas antes papá y mamá, ahora lejanas en su cabecita calva y trastornada, apareció el lagarto tras la puerta del baño.
Se volvieron grandes amigos, ella montaba en su lagarto y su lagarto daba vueltas alrededor del cuarto; solo cuando aparecían los padres, lagarto caminaba bajo la cama y se quedaba calladito como su amiga le aconsejó; ella estaba segura del susto de esos señores, llamados padres, al ver a su amigo, y prefirió esconderlo por el momento. Los señores entraban, la llenaban de besos y le daban de comer; la acostaban y le contaban cuentos; pero en sus rostros ella divisaba el hastío del enfermero y de una obligación dolorosa hacia ella y su amigo le contaba acerca de conversaciones sobre el día de su muerte y de frases como: “ojalá muera pronto”.
Cierto día conversando con lagarto ella le preguntó si la ayudaba con su problema y se comía por favor su linfonosecuánto profunosecómo y él prometió ayudarla con gusto.
-Acerca la cabecita a mi hocico- le dijo
Y ella acercó la cabeza; el hocico de lagarto se cerró con mucha fuerza y aplastó, deshaciendo para siempre, el “inoperable linfoma profuso del intersticio de su lóbulo parietal”. Con el pasar de los días recuperó su hermoso cabello y también todos sus recuerdos y movimientos, aunque lamentablemente aún odiaba a sus enfermeros obligados. Sus padres, sorprendidos, le hicieron mil análisis solo para descubrir la excelente salud de su hija.
Con su salud recuperada ella les contó a todos sobre lagarto, pero nadie creyó en ella, sus padres la golpeaban y la obligaban a no contar nada a nadie. Un día de estos, lleno de golpes, lagarto no aguantó más y salió de debajo de la cama con las fauces abiertas…
-Cuidado papá- gritó ella- ¡lagarto te va a atacar!
El papá dio la vuelta y no vio a nadie, pero una de sus piernas fue digerida frente a sus ojos y entre sus gritos; y así lentamente fue devorado, lo cual no calmó la ira de lagarto, pues luego buscó y engulló a la señora madre.
La niña estaba horrorizada y miró a lagarto mientras se arrastraba entre la sangre y se quedaba dormido… pasó toda la noche mirándolo, aterrada.
Cuando el lagarto se despertó, el sol ya se había acomodado en la mitad del cielo y ella lloraba sin descanso; un bocadillo mañanero, dijo mientras abría la boca y de una sola dentellada hacía desaparecer a su amiga.

Cuando fue enterrada, ni los doctores ni sus padres supieron de las terribles alucinaciones que tuvo antes de morir; solo pudieron ver su rostro convulsionado por el miedo.