jueves, junio 05, 2008

Como todas las mañanas

Quien ama a su madre, jamás será perverso
Alfred De Musset


Después de lanzar el jarro de cerveza contra la pared y ver cómo rebotaba deshecho en varios pedazos, se quedó ahí… sentado en el suelo de la sala, tratando de explicarse el cómo de tantas cosas que, con la cabeza en el estado en que se encontraba, jamás iba a entender. A media luz se dibujaban sobre el suelo varios perfiles de botellas y cuerpos; el aire olía a rancio y a vómito, y sentía las manos pegajosas. Curvas desnudas de mujeres y hombres inidentificables sembraban la estancia. –Otra orgía, otro día- pensó, como todas las mañanas.

Apoyó su espalda en el muro de la pared y trató de reconocer alguna de las tetas que aparecían en el paisaje dantesco; lo extraño fue que no pudo asociar ningún cuerpo con su respectivo nombre -bueno, aceptémoslo- se dijo- con la borrachera que me cargo no podría reconocer ni a mi madre. Y los recuerdos se abalanzaron sobre él como agua fría; su madre ahí… en la ducha, con la puerta bien abierta, con la seguridad de saberlo en la escuela, y con las piernas más abiertas, mientras introducía y sacaba rítmicamente ese objeto largo y blanco -ese consolador- articuló en voz alta y cerró los ojos para recordarlo todo, la manera en que se había quedado petrificado -te corregiré- murmuraba ella; el ruido de su loncherita al caer al suelo porque la había soltado en algún momento, la cara de su madre al verlo ahí -no tuve clases- volvió a soltar sin pensar mientras se restregaba los ojos, ¿en ese entonces o ahora? ahora, y en ese entonces, y el consolador saliendo lentamente de allí, de aquel lugar, grande como un ojo de vaca; todos sus ojos enormes, sus pupilas dilatadas mostrando esa mezcla de ira y sorpresa que pocas veces dejaba ver; y los golpes, su mano pesada, su desnudez excitante y él mismo quitándose los pantalones para darle un poco de aire a aquello caliente que pugnaba por salir y luego la explosión, el semen en la cara y en los senos de su madre mientras manos infinitas no dejaban de caer rasgando y sangrándole la piel. -¡Te corregiré!- Las lágrimas, tan entonces como ahora, hacían su aparición y luego… nada más que una erección sórdida y dolorosa con su consecuente vuelta a la realidad, -nunca lograste corregirme, perra- y la risa escapada de su boca se iba a estrellar, igual que el jarro de cerveza, contra la pared desnuda. Aún las imágenes duplicadas con cada movimiento de cabeza le traían ese dolor en las sienes, tan familiar como los recuerdos, era realmente insoportable. Las nauseas lo acometían a cada instante y le llenaban de bilis la boca, bilis que era escupido hacia su lado derecho, sobre un sostén otrora blanco.

Habiendo sopesado (y desechado, pues hubiera empeorado su dolor de cabeza) la opción de gritar un ¡despierten bola de vagos! Optó por ponerse de pie y acercarse a alguno de los participantes de la fiesta sexual. Las arcadas hicieron su aparición en el momento en que se arrodilló y lo acometió un ataque de vómito sumamente violento, apoyó las manos al suelo mientras se sentía desfallecer y supo que estaba aún totalmente borracho, los colores perdieron su consistencia y un silbido extraño empezó a resonarle en los oídos, a medida que lanzaba los últimos escupitajos en el suelo.

Tomo una gran bocanada de aire y le saltaron las lágrimas al sentir los pulmones hinchados, la soltó con un silbido grave mientras que, a gatas, llegaba hasta el cuerpo más cercano. Se quedó contemplándolo, era casi una infante en un estado de ebriedad tal que apenas sentía su respiración, unos jeans le tapaban los pechitos y su identificación asomaba por uno de los bolsillos -Estéfa… nie- supuso -Calvop... ¿iña?, es un carné de algún colegio- pensó mientras mandaba a volar los jeans y empezaba a besar los senitos adolescentes -te voy a darrr- murmuró en el oído de la niña mientras se colocaba sobre ella, que se quejaba dejando salir a través de sus labios un porfavor ahogado -pero te voy a dar por detrás- y hábilmente la volteó al mismo tiempo que se deshacía de sus calzoncillos -para estar borracho me muevo muy bien, ¿no?- preguntó, más como una afirmación y, buscando a tientas en medio de sus nalgas la penetró -nunca lograste corregirme, perra- susurró.

La media luz de la única lámpara encendida alumbró por un momento la espalda desnuda que se mecía bajo su cuerpo haciéndole sentir de nuevo la estupefacción del día de la ducha con su madre, un tajo limpio y corto hendía, bajo el omóplato derecho, la blanca piel de la niña; la erección desapareció -porfavorayúdame- alcanzó a escuchar esta vez. Pero él entonces ya se había puesto de pie y recorría con los ojos la gran sala del apartamento, buscando la ayuda que le pedía esa niña -pordiosquiéneres- se dijo mientras se cubría la boca con la mano y la sentía húmeda, y la sentía pegajosa, y la sentía roja… -¿roja?- una gran parte de la estancia donde yacían los cuerpos en posiciones orgiásticas estaba cubierta por una mancha -un lago- rojo que crecía luchando por alcanzarlo. Soltó un chillido leve y retrocedió varios pasos, asustado -no, no, no- repetía incansablemente mientras volvía a apoyar su espalda en la pared. La niñita había dejado de hablar y ahora sólo se escuchaba el leve siseo de lo que debía ser el aire residual en sus pulmones. Y el silbido; el idiota silbido de la culpa que resonaba en sus oídos. Un miedo imponente se le metió por la boca abierta y… ¿si todos están muertos? Y lo acometió luego un miedo mayor y… ¿si la única muerta es la niña?, tú la mataste, ¿la maté?; sentía los dedos señaladores y juzgadores de todos los que ahora estaban acostados y que luego estarían en las estaciones de policía hablando sobre la noche -sobre mi seguro desvarío a cierta hora y sobre la muerte de esa, de esa, de esa desconocida.

-Tengo que hacer algo. Tratar de recordar al menos- pensaba susurrando -mover el cuerpo antes de que todos despierten, ¿y la sangre? Qué hago con la sangre- temblaba mientras los pensamientos erraban por su mente, y tembló también, frente a sus ojos, una mano de las que sobresalían entre las espaldas y nalgas. Se movía buscando donde asirse para levantar el cuerpo al que estaba unida.

-nnno- articuló mientras sus ojos buscaban en el suelo -ya sabemos lo que buscamos- dijo el silbido -cuando encuentres lo que buscas no dudes en usarlo- cuando su mirada se encontró con el cuchillo, sintió su rostro sesgado por una sonrisa que no era la suya, una sonrisa retorcida por hilos extraños, y luego volvió a ser un niño, el niño sonriente encerrado en su cuarto con una compañera de la escuela, desnuda y maniatada; y en una esquina de la habitación…

Alargó su brazo hasta alcanzar la mano temblorosa y con una fuerza que no era la suya, lo levantó; era un joven de unos dieciocho años, con sangre embarrando sus muslos, totalmente desnudo y aparentemente desorientado, quiso abrir la boca -¿quieres preguntar algo, niño?- pero un tajo le abrió la garganta y un flujo de sangre con burbujas brotó instantáneamente de la herida. -A ver si le cuentas esto a la policía, niño

…a ver si le cuentas esto a la policía, niña, y con los dedos firmemente cerrados en la empuñadura del cuchillo para filetear marcaba su nombre sobre la blanca piel de su compañerita. Los gritos se hicieron oír apenas ahogados por el mantel de cocina que amordazaba su boca -que grite como la puerca que es, ¿cómo se atreve?, cochina, cochina, cochina. Sólo la invité a pasar, a tomar una limonada mi madre hizo sánduches para los dos, estábamos tranquilos, comiendo a gusto, no quería que esto pasara, luego me dijo que me amaba, y me plantó un beso en los labios y de repente ya estaba amarrada a la cama, desnuda y -cochina, cochina- siseó en sus oídos la voz de la culpa; y en la esquina de mi cuarto…

Un par de pasos fueron los que alcanzó a dar el muchacho, acercándose hacia su agresor, tomándose con ambas manos la garganta antes de caer como si los huesos se hubiesen licuado dentro de él. Al ver ese otro cuerpo a sus pies empezó a recordarlo todo. La fiesta de alguien y la llegada de los padres dueños de casa.

Su siempre consabida voz de mando: vamos todos a mi apartamento, yo vivo solo. La yerba que circulaba de boca en boca consumiéndose en el porro, la mesa de vidrio llena de coca; los besos entre todos y la ropa desapareciendo, uno que otro pero yo soy menor de edad, y el así es mejor saliendo de la boca de algunos, incluyéndose. Se recordaba a él mismo aprovechándose de cuanto se quedara dormido, tocando senos y penes y… mientras violaba a una de las niñitas de esa noche, ella había despertado, gritando y llorando, retorciéndose para librarse del peso de su cuerpo y el cuchillo había aparecido en su mano de un momento a otro, el mismo cuchillo que había viajado por la garganta de un chico, momentos atrás y que ahora viajaba de cuerpo en cuerpo, extinguiendo las vidas que aún quedaran vivas.

Pero los recuerdos no se quedaron ahí, fueron más lejos aún; llegaron hasta esa esquina olvidada y recordada de su cuarto infantil, cochinos, todos son unos cochinos, el siseo implacable que se colaba entre cordura y cordura, entre cuchillada y cuchillada; y la cara de su madre asomada desde esa esquina, desde esta esquina, viéndolo todo, manejando los hilos desde la oscuridad: Otra orgía, otro día; hoy te corregiré; tú la mataste, y está bien... sólo yo puedo amarte; a ver si le cuentas esto a la policía, niña; que grite como la puerca que es, ¿cómo se atreve a besarte así?, cochina, cochina, cochina; ¿vives solo?, ¿desde cuando hijito? Siempre con las piernas bien abiertas, la boca siseando y el pecho soltando el silbido ronco de los jadeos. Y el consolador eterno entrando y saliendo… marcando el ritmo de las cuchilladas.