lunes, noviembre 10, 2008

Veinticuatro

Es como la onceaba vez que me siento a escribir, espero que esta vez los ojos me duren abiertos más que la última vez; la última vez fue tenaz… difícil. He intentado otras cosas, como hacer deporte, o salir a caminar, o hacer el amor con mi mujercita, pero es inevitable el sueño, la pesadez de los párpados, esa modorra que puebla mis brazos y que luego se extiende hasta mi cuello y empiezo a cabecear en donde me encuentre, oficinas, buses, parques… dios, qué me está pasando.

Lo más difícil de escribir en este estado es releer lo escrito y que no suene a crónica, o a diario quinceañero; a mi que me gusta editar sobre la marcha para sumar pensamientos y poder decirlo todo -todo, qué palabrita- he tenido que dejar mucho de lo que quiero decir en sacrificio por lo que debe ser dicho, hasta este parafraseo inútil debe quedar así, el tiempo se me acaba y lo sé, lo sé más que mi mujercita cuando prepara mi café de la mañana –y media mañana y tarde y media tarde y noche, bueno antes era así, ahora sólo cuando estoy despierto- y llora en la segunda cucharada, y me lo pone amargo y salado de lágrimas; lo sé más que mis hijos –sanguijuelas de mierda- que vienen día tras día a rogarme por un testamento escrito por ellos en donde, en las letras chiquitas, les cedo mi dinero a cambio de compartir mi vida con cientos de viejos seniles que se mueren de a poco, pero no tan de apoco como yo. Y esta falta de edición, y esta falta de sueño, y esta falta de sinónimos me empuja a escribir así, de un solo tirón, al menos hasta que pueda tener una compilaciónnovelescaperonodenovelamexi cana –como suelo decirle en son de broma a mi esposa- y en son de broma se ríe también aunque sea por condescendencia o pena, pobre mi viejo ya se muere, y eso que tan viejo no soy, cincuentinueve años son sólo cuarenticinco más catorce y a los cuarenticinco se es todavía un niño, aunque es también ochenta menos veintiuno, y a los ochenta ya se va para viejo; a la final creo que no es un asilo en donde me quieren meter mis hijos, sino más bien, bueno sí un asilo, pero mental.

Es bueno empezar a escribir ahora, apenas abro los ojos; y me gustaría narrar cómo el canto del gallo del vecino y el ruido de los niños de la vecina yéndose a la escuela me despertaron, pero son las cuatro de la tarde y con un poco de suerte cuento con una hora para acabar esto, así que me remitiré a lo absoluta, necesaria, indiscutible e irremediablemente necesario –eso no fue necesario, por ejemplo, ni esto.

Fueron las pastillas, sí, fueron las pastillas para dormir, al dejar de tomarlas empezó el problema, lo cual fue un poco extraño porque el caso es que cuando me las tomaba dormía lo normal, cuatro o cinco horas –lo normal para mi-, pero ahora que ya no las tomo cada vez duermo más, y más; y es que esas vainas aletargan ¿no? y como aletargan te da sueño y como te da sueño, pues te duermes; ¿en dónde está el maldito problema, entonces? El problema es que ya no las tomo y me sigo durmiendo. Al principio fue poco, como ya no tomaba esas drogas, pues salía a caminar al centro y me encontraba con la basílica y me quedaba largo rato sentado en el césped viendo el tiempo pasar e imaginándome montando una de esas gárgolas y luego cayendo en picada hasta hacerme bolsas contra alguno de los jubilados que iban, al igual que yo, a perder el tiempo. Eran largas las horas y más largas eran sin las pastillas, pero sentía que mi capacidad de discernimiento volvía, de a poquito, pero volvía, ahora ya podía construir metáforas inteligentes y jugar con los tiempos verbales como en mis mejores años, hasta empecé a ver más cosas, cosas que me hacían sentir vivo pero con ganas de morir… y entonces vino esa visión asociativa. Me explico. No, no me explico, porque explicar podría limitar un poco la narrativa, mejor cuento, que es lo que mejor hago –lo que mejor haces es acostarte y dormir- dice ahora mi mujer. Y empecé a ver a ese niño que, sin una pierna y sin un ojo se subía a los buses a vender caramelos y me quedaba con esa imagen y su –damita damita y caballerito, no quiero interrumpirlo en su conversación o su- y me ponía a pensar en su –si es rico igual se queda y si es pobre de igual manera- desgracia. Percepción, eso es lo que gané y conservo hasta ahora, una percepción más amplia de todo lo que pasa, estuve ciego y he vuelto a ver, estuve sordo y he vuelto a oír, estuve… y la señora que recoge los restos de comida en los basureros fuera de los restaurante, y hasta de las casas, o el hombre que recicla el papel de baño, que limpia la mierda con cuidado para que no queden grumos en el nuevo papel, o los ebrios que en las calles se botan las muelas por otro galoncito de puntas, o de agua loca o de lo que asome, y talvez mi agua loca era el sueño, ese aletargador natural; quería pasar más tiempo dormido para no ver tanta pendejada de mundo mal hecho, al menos esa fue mi deducción. O será simplemente que me muero a plazos, morir es como dormir, en realidad es parpadear una vez y seguir así el resto de la vida, es un sueño cada vez más largo, es.

Sentarse en la cama al lado de una esposa amada durante años (y que ahora duerme, ronca y babea) es algo delicioso, para los poetas, porque esta mujer no excita ni al presidiario más largamente hospedado, y liberado; pero estar sentado ahí me dio tiempo para pensar, y aunque ahora recordarlo es un poco difícil, pensaba que estar despierto sólo me servía para pensar idioteces y para acordarme del niño tuerto y sin una pierna, mierda, es mejor dormir/morir. Y así vi una vez más el amanecer mientras mi esposa me preparaba el café, aún sin lágrimas, pero amargo. Y así vi una vez más el amanecer mientras mi esposa me preparaba el café, aún sin lágrimas, pero amargo. Y así vi una vez más el amanecer mientras mi esposa me preparaba el café, aún sin lágrimas pero etcétera, una tediosa semana de tener más abiertos los ojos me bastó para llenarme la cabeza de ideas socialistas, y empecé a hacer donaciones, invertir mi dinero en orfanatos, en alguna maldita terapia de grupo que me hiciera conciliar el sueño. Y a la final, sin darme cuenta la terapia estaba ahí, en salir a las calles y ver la inequidad, porque ahora esta mierda de insomnio se desdoblaba en mí y me doblaba a mi también porque ahora, para ahorrarme las visiones tétricas de este mundo me mandaba a dormir cada día más –es un método de autodefensa- me dijo mi esposa cuando se lo comenté –tu cuerpo busca defenderte de todas esas visiones tristes en las calles blabla- jódete querida esposa, antes quería dormir y ahora duermo demasiado. La primera semana dormí una hora, una maldita hora cada día; la siguiente semana dos, café con lágrimas en el desayuno, la siguiente tres, café con lágrimas en el desayuno, la siguiente cuatro, café con lágrimas en el desayuno, y es necio seguir contando la manera creciente en la que cada semana permanezco despierto menos tiempo y, autodefensa o no, estoy en mi vigésima tercera semana, así que en una estaré muerto, muerto porque el mundo me mató a plazos, o porque veo demasiado o porque es mejor morir, antes que. O después de que, ya no sé. Al menos ya no salgo de casa, y me evito verlo todo, menos las noticias que mi mujer pone a todo volumen cuando cocina –y que tal vez es peor, porque lo que pasa al otro lado de mi puerta es manejable, pero las muertes por millones al caer bombas y sida y todo, es irremediable. Y este aire de misantropía me está dejando un sabor más amargo que el café, consumido ahora en cantidades industriales por un servidor que duerme mucho y fornica poco y… suena el teléfono y los tiempos verbales parecen confundirme más de lo habitual, el sueño viene de nuevo con esa manta blanca que es un lugar común, y que está mal, porque la manta es negra, pero eso no le importa y viene igual y yo ya no me quiero dormir, porque ahora me toca dormir veintitrés horas seguidas y ya no quiero más lágrimas en el café, porque me lo ponen todo salado. Y la vieja que come en los basureros murió hace poco porque se tragó una gillette, lo digo sólo para no olvidarme que me dio pena la manera en que se me va a morir la vieja, pero me dio envidia porque ella sí dormía lo normal, así que mejor que esté muerta. Y ahora la muerte es una ecolalia en el papel, y… mi amor, mi amor, espero esta vez duermas menos… ya no regalarás nuestro dinero… dios quiera… demasiado, dinero...