viernes, diciembre 01, 2006

Silencio

Las imágenes aún no se iban de su cabeza… sentados frente a frente en la cama, enredadas las piernas en un nudo cálido, la cabeza de ella en su hombro y su propia cabeza en el hombro de ella; y una única imagen proyectada en su cabeza: sus cuerpos desnudos y juntos, lo hicieron sonreír. No necesitaban nunca decirse nada con palabras, habían adoptado el lenguaje de la lluvia, y en ese momento, con la ventana abierta de par en par y el agua cayendo como una bendición frente a sus ojos, sintió el aliento cálido del amor.
Ella parecía siempre muy callada y muy fría, pero en su corazón bullía un calor que solo él había logrado advertir; un calor que percibió desde el primer día en que sus ojos, que buscaban un hombro dónde llorar, la vieron. Regresando a su apartamento una noche, y con el corazón destrozado, ella llamó su atención: sentada al costado de la calle con los ojos suplicando por una mano y por un amor que la salvara, que la llevara lejos, que supiera curarle el alma e insuflar de vida su vida, él la encontró. Tomó su mano mientras la dulce voz de aquella a quien ahora amaba llegaba a sus oídos suplicando “sálvame”, “sálvame”.
Y, mientras ella se dormía en sus brazos, él la había salvado.
Los días transcurrieron felices; caían sobre sus cabezas las mañanas con sus nubes claras, las tardes con el calor del verano y las noches con su manto oscuro mientras ellos aprovechaban su tiempo haciendo el amor y hablando de un futuro que, estaban seguros, llegaría con la promesa de sus vidas juntos.
Eran comunes las largas horas que él empleaba en escribir cuentos frente al ordenador, mientras la veía sentada a su lado como queriendo servirle de inspiración; muchas veces él descubría el cansancio secreto que guardaban sus ojos, apagaba el computador y se acercaba a ella con la dulzura que el jardinero guarda con sus flores, le besaba los labios primero suavemente y luego con una locura apasionada que lo llevaba a levantarla en brazos y prácticamente arrojarla a la cama mientras arrancaba sus ropas y se entregaba a sus brazos en una embriaguez de amor que solo ellos conocían y provocaba que su boca se perdiera por rincones oscuros y su nariz se sumergiera en el olor de sus cabellos mientras sus manos vagaban buscando y encontrando la desnudez liberada de pudores que clamaba por recibir la comunión de la piel con la piel y los labios con los labios que luego de ese ir y venir frenético y convulsionado se dejaban reposar sobre un ombligo lleno de sudor y un vientre sobre el cual holgaban ilusiones y sueños.
Y luego el silencio.
Un “te amo” calladito y una respuesta que nunca llegaba.
Luego él se levantaba y le ponía la ropa, prenda por prenda, y besaba cada parte del cuerpo que vestía. Ella nunca le había dicho nada, pero él sabía que le gustaba, pues sus besos eran recibidos calladamente, y, él estaba seguro, con una sonrisa.
Así disfrutaban de sus vidas, él cocinaba y ella no comía; las discusiones por este motivo eran muy comunes, pues él se preocupaba de su falta de apetito.
Habían pasado casi cuatro meses y nunca habían salido de casa desde aquella noche en que sus ojos suplicantes se encontraron en la calle, desde esa noche en que ella le había dicho que la salvara de este mundo, y huyeron juntos, solo sus corazones bastaban y ahora frente a la ventana abierta que dejaba pasar la brisa llena de gotitas él sintió el aliento cálido del amor. Estaba seguro que ella también lo sentía, pero el encierro que se habían prometido parecía estar provocando una tristeza que calladamente consumía sus deseos de seguir amando.
-Voy a comprar algo de comida -dijo él- hoy no tengo muchas ganas de cocinar, ¿vienes conmigo mi amor?-se acercó mientras le daba un beso en la mejilla, y la observó sostener la mirada, le pareció a él, concentrada en un punto fijo fuera, a través de la ventana y hacia la nada.
-Nunca quieres salir, ¿cierto?; ¡qué mierda que eres!. ¿Sabes qué? Hoy vendrás conmigo aunque no quieras. La única forma que puedas volver a enfrentarte al mundo es saliendo y luchando, dando la cara al viento y aprendiendo otra vez a amar la libertad. ¡Y no me mires así!, que no pienso dejarte acá sola.
Vamos preciosa, no te quedes ahí.
Ella no dijo nada y él sabía que cuando un silencio así se prolongaba era porque estaba empecinada en una idea y nada de lo que pudiera hacer o decir podría moverla de su sitio. Siempre tenía el deseo de cargar con ella sin que le importasen los golpes y los gritos que ella pudiera dirigirle, pero era mortalmente cobarde y esta vez no fue la excepción. La abrazó estando ella sentada en la cama de espaldas y apoyada al marco de la ventana, besó su cuello y prometió volver pronto.
Cuando regresó la encontró acostada y no la despertó pues le pudo más la pena que la ira; no quería interrumpir sus sueños.
El timbre del apartamento sonó sacándolo de sus pensamientos y corrió hacia la puerta para que se detuviera ese ruido que ahora le parecía infernal.
-¿¡Quién es!?, ¡Ya voy!... demonios.
-¡Un momento por favor!, ¡ya lo oí, ya lo oí!
La figura del oficial que apareció ante él en cuanto abrió la puerta lo desconcertó. Si, era tarde y seguramente la única luz encendida en cuadras sería la suya y probablemente el policía buscaba algún sanitario para expulsar todas las rosquillas del día y también era posible que simplemente fuera un reconocimiento de rutina. Y mientras él luchaba con estos pensamientos en la cabeza, el oficial lo abordó.
-Buenas noches señor.
-Buenas noches oficial… ¿Castañeda?- preguntó mientras escudriñaba la placa que estaba frente a él.
-Si. Disculpe que lo venga a interrumpir a estas horas de la noche. Necesito saber si UD. Podría colaborar con una búsqueda.
-Si está a mi alcance, oficial; con todo gusto
-Mire, hace algunos meses estamos buscando a una señorita que escapó de su casa y sus padres están muy preocupados; ella tuvo un problema con ellos, mmm, hubo una discusión o algo así, por que no aceptaban la relación que tenía con su novio y ella salió corriendo de la casa. Ya interrogamos a su novio y pues él tampoco sabe nada. Nadie sabe nada. He mostrado la foto por toda la ciudad y justo por este barrio la han reconocido. Me gustaría…
-Claro oficial, enséñeme la foto.
Cuando el policía puso la foto a su vista la sangre se le heló en las venas.
-N-no, no. Lo, lo lamento, pero n-no no la he visto.
-Mírela bien, ¿está seguro?
-Si, oficial, lo, lo siento.
-Bueno, muchas gracias por su tiempo.
-De nada.
Mientras cerraba la puerta y el corazón luchaba por salírsele del pecho escuchó la voz del oficial.
-Eh, me olvidaba una cosa… ¿UD. Vive solo?
-No, vivo con mi, con miii… esposa- atinó a decir al fin.
-Y ella, ¿la habrá visto?
-No creo oficial, pero ella ahora está dormida. En todo caso si se da la molestia de regresar mañana por la mañana podría hablarle.
-No, no se preocupe, gracias.
Cerró la puerta y dio vuelta sobre sus pasos… ¿Por qué me mintió?, pensaba.
-¿Por qué nunca me dijiste que tenias novio?, o que tienes, ya no estoy seguro de nada- la increpó cuando entró a la habitación.
-Tu silencio no arreglará las cosas. Escuchaste la conversación ¿cierto? Ya me siento mal por decirle al oficial que eras mi esposa y que estabas dormida… mañana iremos a la comisaría, tus padres están preocupados, además, podrían pensar que soy un secuestrador o un violador o quién sabe qué cosas podrían llegar a pensar. Por favor mi amor, yo no te dejaré sola pero ya no podemos seguir escondiéndonos. Y deja de mirarme así, ¿qué?, ¿qué dices? ¡No! ¡Por Dios santo!, claro que no podemos huir… entonces SÍ sería un secuestrador, por favooor mi vida, no me pidas estas cosas.
La discusión de esa noche tomó esa tónica hasta que el cielo amenazó con clarear… ella era muy empecinada cuando quería serlo y él lo sabía muy bien, aunque habían sido pocos los meses que habían pasado juntos sentía que la conocía toda; y no se equivocaba. Él sabía que la discusión ya la había perdido desde que dejó al descubierto sus celos, su desconfianza y su miedo de perderla. Así que luego de varias horas de gritos y lágrimas él cogió un par de maletas de mano y empezó a guardar la ropa mientras la veía a ella y a su gesto de suficiencia y de triunfo, ese rostro indiferente y frío.
Mientras salían de la casa él sintió, pese a todo, la alegría de haber logrado que enfrentara la libertad y mientras atravesaba con ella el patio hacia la verja de entrada se dijo que tal vez podría ser claustrofóbica y que por eso le había resultado tan difícil huir de su casa; que por esa razón la había encontrado hecha un ovillo, en la vereda, el día en que se conocieron; y que por eso se había rehusado a salir al exterior todo este tiempo.
Cuando estemos lejos de aquí visitaremos a un psicólogo mi amor, yo te ayudaré a superar todo y estaré contigo siempre, pensó con una sonrisa y la puerta enrejada se cerró tras ellos.
-¡¡Es él!! Por Dios santo ¡¡Es él!!
Las luces, que de inmediato se encendieron en los reflectores, lo cegaron por un instante y escuchó el grito de una señora histérica que luego reconoció como una de sus vecinas.
-¡¡Él fue el que se robó el cuerpo!!, ¡¡Maldito enfermo!!
Su primer instinto fue correr, pero las maletas pesaban y el cuerpo que arrastraba con él estaba ya tan hinchado y tieso que no pudo dar más de cinco pasos cuando varios policías lo detuvieron saltando sobre él. Entre esa maraña de rostros logró ver al que lo había interrogado la noche anterior.
-¡¡Corre mi amor!!, ¡¡corre!!-gritó el joven enamorado- Déjenla ir, ella no ha hecho nada, ¡solo quería ser libre!, ¡libre!
Los padres de la joven corrieron hacia el cuerpo que había resbalado de los brazos de aquel loco y que ahora yacía en la vereda sobre la cual él la había encontrado la noche que fue atropellada.
Cubierta de moretones, apenas vestida con una camisa y aún con rastros de semen en su entrepierna, conservaba la misma mirada de súplica de la noche en que murió… “sálvame, necesito un médico, lejos de aquí… me han atropellado… sálvame”
Él se precipitó al suelo bajo el peso de los policías y lo último que logró ver antes de que su cabeza encontrara el filo de la vereda fue el rostro petrificado y pálido de la mujer que amaba.

Y luego… solo silencio.

martes, octubre 24, 2006

El dizque Dios

Y el séptimo día se asomó a uno de los mundos que había creado y vio que todo era bueno; era bueno para sus propósitos. Y es que al pasar de los años, de los millones de años, se había empezado a aburrir del juego de luces que había encontrado mientras erraba en la oscuridad; luces se apagaban, luces volvían a encenderse, y lo que más le dolía es que había empezado a perder el control.
Cierto día tropezó con una de las luces que se extinguía de a poco, y se sentó a esperar a ver que pasaba con ella; aunque podría haber apresurado las cosas con solo pensarlo, quiso tomarse su tiempo y ver dónde acabaría esa bolita de fuego si simplemente la dejaba ser.
Al cabo de un rato, unos trescientos millones de años después, vio que la luz se enfrío, y era tanto el frío que lo asaltó un terrible ataque de estornudos. Una gota de su saliva calló sobre el pedazo de luz, ahora extinto, y al instante se empezó a cubrir de un extraño limo verde; fue entonces cuando se le ocurrió la idea.
-Hagamos esto más divertido- pensó.
Cuando el limo y el agua provenientes de su saliva cubrían toda la tierra, se dijo:
-Estoy muy solo, y ya nada me divierte… Me pregunto si este pedazo de tierra soportará seres CASI tan perfectos como yo.
En un arranque de soberbia sobre todo lo que existía, y lo que no existía, concentró todos sus pensamientos en la creación de este ser CASI perfecto.
Lo puso sobre el limo, pero lo limitó de tal forma que jamás llegara a igualar sus fuerzas y sus poderes; lo hizo dependiente de cierto tipo de sustancias que debían ingresar a su cuerpo y sustentarlo; lo metió en un envase frágil contra las impiedades del pedazo de oscuridad en donde habitaba; le dio una capacidad meníngea muy, muy, MUY inferior a la suya; y para asegurarse de que jamás quisiera u osara acercarse a su deidad, lo llenó de un extraño cúmulo de procesos eléctricos que se sucedían dentro de su pequeño cerebro… es decir, lo llenó de sentimientos.

Y volvió a sentarse a esperar.

Se divirtió sobremanera al ver cómo intentaba sobrevivir este pequeño retal de piel en el clima violento que se desataba sobre la tierra.
Quería más juguetes; así que creó algunos seres más.
Entonces ocurrió algo que no se esperaba. Los seres empezaron a copiarse, seres más pequeños salían de vientres hinchados.
Y sintió de nuevo que perdía el control, tuvo que haber acabado con todo cuando tuvo oportunidad, pero la curiosidad de alguien con tanto poder jamás tiene límites.

Los dejó ser.

Poco a poco vio cómo iban inventando maneras de mantenerse con vida, y mientras los unos cultivaban bienes materiales para tener un poder adquisitivo sobre los demás, los otros cultivaban algo más, algo que lo asustaba, se sentaban conversar largos ratos, a meditar el por qué estaban ahí, quién los había puesto sobre el limo; y cuando conversaban olvidaban el hambre, el tiempo, las penas y la sed que los pudiera atenazar.
En realidad nunca se preocupó demasiado, él sabía que los desperfectos con los cuales había creado a sus juguetes los tendrían siempre controlados y lejos de crecer.

Tuvo razón por mucho tiempo.

Hasta que cierto día en que, habiéndose olvidado de sus creaciones, escuchó una voz que lo llamaba.
Se acercó al pequeño pedazo de tierra con el que hace tiempo no jugaba y descubrió a uno de los seres que se había dado cuenta de su existencia.
-¿Cómo supo de mí?- se preguntó.
-Padre mío- lo llamaba el hombrecito- sé que soy hijo tuyo, y sé también que me quieres a tu lado- El pequeño hombrecito barbón estaba arrodillado y había doce que lo esperaban a las faldas de un monte.
-Maldito seas- pensó el creador de todo. Él sabía que la única forma de escuchar a alguno de sus seres era que ESE ser se hubiera desarrollado más allá de las limitaciones con las que los había hecho nacer. Entonces actuó como actúa cualquiera que teme perder su poder; engañó el hombrecito y a sus discípulos haciéndoles creer que debían ser mártires y morir por los pecados de los humanos.

Tremendo cuento chino.

¿Hoy?, hoy sigue luchando porque cada vez son más quienes buscan ocupar su lugar en la cima de un poder creativo que se le ha ido de las manos.
¿Quiere tirar la toalla?, por supuesto que quiere tirar la toalla, pero ahora teme perderlo todo.

martes, octubre 17, 2006

Ensayo sobre los senos

La conmovedora disposición de los cuerpos en la cama derogó toda muestra de malicia en mi pluma, pero llenó de imágenes mi cabeza. Yacían como flotando, a escasos centímetros de las sábanas, totalmente desnudos, dos seres que habían dejado de tener género, que habían olvidado, en la neblina de sus orgasmos, que estaban hurgando, buscando y encontrando. Y ahí, mezclados los alientos y destilados los sudores, descubrí el secreto de las sirenas de Homero en los viajes de Ulises, me fue revelado como por un designio divino la fuerza sensual que levantó y destruyó imperios. Mis labios ardían pidiendo la inmediata comunión con la piel que daba motor a mis manos.
Mis ojos, mi pluma, mi deseo; mi futuro, mi presente, mi pasado; mi nada y mi todo confluían hacia aquel horizonte que me develaba la fuerza sensual de la mujer, hacia aquél horizonte limitado por alcores.
El abrazo parecía fundirlas en un solo y fastuoso monumento, entre el albor de una piel y la oscuridad de la otra, entre el mármol y la madera como si algún Miguel Ángel enloquecido hubiera querido demostrar su destreza ante Dios.
Cuerpo y cuerpo, igual que un beso eterno, me dictaban las palabras.
Brazos y piernas perdieron sus nombres, labios y ojos olvidaron cómo los llamaban, los cabellos perdieron su consistencia y se volcaron en el blanco eterno de las sábanas mojadas; sin adanes ni evas, sin calificativos ni leyes dictados por bocas humanas; solo quedó para mis oídos el sublime lenguaje que evocan los senos.
Erigidos hacia el cielo, como pidiendo una plegaria, rogando ser besados y ser llevados por manos ajenas a lugares conocidos solamente por navegantes de paso; compartiendo con el mundo simplemente un vistazo, un atisbo del fuego que llevan dentro, tan lejanos e imposibles que pudieran amarse en una noche pero no dominarse, NUNCA dominarse.
Encaramando la mirada en el valle creado por sus cinturas, con mi barbilla en sus vientres y mis ojos en el pináculo de aquellas olas de piel perpetuamente encrespadas, sentí el calor como una dulce neblina emergiendo de cada uno de sus poros; cuánta rigidez y cuánta delicadeza cabe en esa prolongación del deseo que parece eclipsarse bajo mil manos imaginarias, mil dedos que buscan ahogarse en las palpitaciones que prorrumpen en medio de cada respiro sofocado por el sueño. Cuánta es la fuerza que tengo que ejercer sobre mi, para no levantarme y dejar que mi lengua vague escrutando sus cuerpos desde sus ombligos hasta sus clavículas, desde sus axilas hasta sus axilas, desde sus fantasías hasta sus sueños.
No quiero dilapidarme en terrenos que no comprendo, que no entiendo; terrenos que me hacen temblar, perspectivas filosóficas o morales. Anoche mi pubis se perdió en el ir y venir de palabras y de caricias, me dejé llevar buscando descubrir en dónde nacían aquellas ambiciones ocultas y todo ello significó mucho más que una iglesia, que un libro, que una conversación entre viejos amigos; ayer me descubrí y hoy mi letra es manejada por la esperanza de saber qué hizo explotar mi imaginación, en qué punto me sentí desnuda e indefensa… y no tuve miedo. Percibiendo el satín del sofá en mis piernas, deambulo ahora por los rincones parcialmente turbios, por oleadas y oleadas de excitación, de mis recuerdos en la noche anterior.
Todo empezó cuando desabroché mi camisa, mi sostén cayó casi al mismo tiempo que mis paradigmas, y entonces lo supe…
…lleno ahora de pretensiones oscuras, mi sofá me escupe hacia la cama… y como elevada por seres quiméricos aterrizo en el medio del abrazo que me cautivó, de las manos que tocaron mi cuerpo entero toda la noche y de los senos que me llevaron a escribir… y amar.

miércoles, octubre 11, 2006

Exordio (ensayo sobre los senos)

I

Con la publicación de su cuarto libro se hizo de cierta fama en el medio.
Pensaba que su literatura era algo así como existencialista aunque los críticos la catalogaban más bien como drama romanticón contemporáneo, lo cual la sacaba de sus casillas; sin embargo parte de ella aceptaba que había cierto tufo a mujer en cada uno de sus escritos. Siempre quiso escapar de ese estereotipo de “mujer blanda escribiendo”. Incluso cambió su pseudónimo (a uno masculino) en sus ultimas dos publicaciones pero aún, cada vez que se leía, detectaba que una parte de todo era solo una novela rosa.
Empezó con una página en el Internet, cuando apenas tenía 12 años. Los proveedores, gratuitos, de estos servicios en la red eran realmente numerosos y cuando sintió la necesidad de gritar que la menstruación la volvía loca posteó por primera vez. Desde entonces no había dejado de escribir, ahora cuando volvía a su blog, olvidado hacía ya varios años, se encontraba con miles de lectoras fieles a sus libros, que comentaban, hasta la actualidad, lo maravilloso que escribía. Entonces, ahí estaba el problema… miles de LECTORAS fieles.
Sus ingresos ahora eran muy inflados y no justificaban que buscara un bar como en el que estaba sentada, tomándose una cerveza; pero ella sabía que era la única forma de librarse de todas esas tetas con medio cerebro que la perseguían en los cafecitos para pedirle un autógrafo, o un consejo post ruptura amorosa.
Qué tenía que escribir, era la pregunta que rondaba su cabeza, para salir del cajón de mierda literaria en el que se había metido por ser demasiado autobiográfica.

II

-¿Habías visto algo tan hermoso en un antro como este?
La pregunta con la que se vio abordada la desconcertó. Mentira, lo que más la desconcertó fue que la pregunta la formuló una joven que entraba al bar en el momento en que sus cavilaciones amenazaban con sacarla de ahí. Eran dos chicas, mucho más jóvenes que ella.

-Creo que se equivocan- dijo la escritora- yo, creo que me confunden con alguien más.

-No, no estamos equivocadas. Tú nos gustas.

-Lo siento, no estoy interesada- dijo poniendo punto final a aquella conversación, que en realidad la había puesto muy incómoda.

III

Cuando despertó, la desnudez de ambos cuerpos a su lado la estremeció. Las dos mujeres aún olían a sexo y a licor.
Ella se levantó, procurando no despertarlas, y ahí sentada en la mecedora en la que siempre nacía una idea o un deseo empezó a escribir mientras se perdía extasiada en los torsos de las dos mujeres que esa noche amó.

viernes, octubre 06, 2006

Obertura(breve estudio poético, introductorio al ensayo sobre los senos)

La tibieza que manaba tu cuerpo me despertó
y encontré tu pezón anudado bajo mi pulgar.
Pensé encontrar el hastío; pero no apareció,
Había algo más o algo menos ahí en su lugar.

Levanté la mano y miré debajo, buscando.
Bajo la mano había menos que bajo el pulgar;
pareciera que mi brazo olvidó quien tiene el mando
o sería acaso el cuerpo que me quiso excomulgar.

La noche previa seguía todo en su sitio exacto;
pero ahora que busco al hastío y a la pena
solo encuentro nuestra piel; la humedad y el contacto;
y la sonrisa en mi rostro, que se me antoja ajena.

Aún no amanece, pero el día despunta al alba,
y el claroscuro del cielo te dibuja toda;
tan perfecta, tan mundana, tan mía y tan salva
que me parece un pecado no besarte la boca.

Y cuando la luz calienta nuestros cuerpos desnudos
me doy cuenta de repente que has barrido mis miedos
que ayer tomándonos las manos impacientes y mudos
deshicimos los recuerdos y creamos futuros.

Se fueron los demonios que dormían en mi pecho
y me quedaste tu, tus labios, tus ojos, tus senos.

jueves, septiembre 14, 2006

La caja de Pandora

Acostumbraba silbar cada vez que llegaba a casa, seis cortos silbidos entonados en el do mayor que le enseñó su padre y desentonados en la eterna carraspera que aprendió con el tabaco. Cuando vivía con sus padres tenía algún sentido hacerlo, pero ahora que estaba solo nunca sabía a quien demonios le silbaba.
Ya se proyectaba en su mente cómo sería el resto de su noche, pornografía en el Internet mientras leía algo de Dostoievski e interminables vasos de Coca Cola que harían más sobrellevable su vigilia.
Trabajar todo el día nunca le hizo mucha gracia, pero era algo que TENÍA que hacer; el alquiler de su apartamento no era muy barato aunque poseía apenas una habitación, un remedo de sala (que en realidad solo era una mesita entre la mal llamada cocina y la puerta de entrada) y un baño. Aparte de los gastos que tenía para alimentarse, aunque últimamente se había convertido en algo dispensable.
Extrañamente al llegar al condominio no se escucharon los habituales gritos de los niños insoportables, que, justamente cuando el reloj marcaba las seis de la tarde, como por una coincidencia satánica, acababan de hacer sus tareas de la escuela y salían a patear su balón y a dejar escuchar sus melodiosas voces al pasillo frente a su puerta.

Cuando bajó las gradas y vio hacia la ventana de su cuarto se quedó piedra; siempre apagaba las luces antes de salir a trabajar, pero su pieza iluminada delataba la presencia de alguien en el apartamento. Apretó el paso y sintió la excitación que en su corazón solo causaban este tipo de situaciones. Sólo se sentía vivo en realidad cuando en su tendedero de ropa aparecía un sostén (el cual seguramente volaba de un tendedero vecino), cuando aparecía un perro frente a su puerta ladrándole por un poco de la poca comida que tenía en casa, cuando un vecino venía a ponerle una puteada por el excesivo volumen de la música, cuando los niños quebraban los vidrios en su puerta y se sentía libre para gritarles; esas pequeñas cucharadas de sal que recibía su sosa vida le hacían sentir enchinada la piel y sabía entonces que no vivía sus horas sobre una banda sin fin.
Ahora, mientras caminaba hacia la puerta con las llaves en su mano, no le importaba mucho que hubieran vaciado su apartamento; supo que lo que vería, o no vería, era algo excitante, vendría la policía, le harían preguntas y se sentiría parte de la ficción que engranaba en las novelas que leía. Esperaba el desorden de alguien que hubiera buscado pruebas para inculparlo de haber asesinado su propia existencia, soñaba un poco, sí, pero por Dios que se sentía vivo.
Introdujo la llave en el pomo y sintió una punzada de miedo en la nuca que lo estremeció. No se escuchaba ruido alguno.

Todo el apartamento estaba ordenado, nadie había buscado, nadie se había llevado nada. Lo único fuera de lugar era la línea amarilla que fugaba debajo de su puerta en la habitación . La desilusión de pensar que olvidó apagar la luz lo embargó; su rostro se ensombreció mientras revisaba que la computadora estuviera en su lugar y que no se hubieran llevado nada, si es que alguien, además de él, había estado en casa.
Abrió la puerta y encontró lo que pensó encontrar; nada. El foco se burlaba de él mientras el alambre dentro del vidrio dejaba de arder tornándose naranja primero y luego cambiando a un amarillo que fue agonizando mientras la luz moría.
Giró sobre sus talones para salir hacia la cocina y entonces escuchó un gemido que le paralizó el corazón, si hay alguna forma en que el cuerpo anuncia el advenimiento de un infarto debería parecerse a lo que sentía en ese momento.
Había visto muchos videos de sexo como para reconocer un gemido de placer cuando lo escuchaba. De espaldas aún a su cama, de donde provenía el sonido, cruzaron por su mente miles de imágenes de asiáticas, morenas, rubias, pelirrojas, gordas, flacas y todas las clases de mujeres que había visto y sentido a lo largo de su existencia.

-Mírame- instó la voz tras él – mírame ya, o me iré.
La amenaza sonaba real, pero él no podía moverse.

-Tú… eeeh… tú encendiste la luz, ¿no?- Aún sin voltear hacia “ella” o “eso” sentía que la erección dentro de su pantalón no la había sentido jamás con nadie ni nada.

-Yo encendí la luz- dijo ella.
-¿Quién eres?
-Soy quien te provocó la erección que tienes ahora. ¿Qué te pasa?, ¿no quieres verme?
-Si.

Si se detenía a pensar siquiera un momento en si voltear o no hacia ella, no lo hubiera hecho. Su cuerpo se movió más rápido que su mente y cuando pudo reaccionar estaba ya perdido en el albor de sus pechos. Eran de una blancura hermosa, diferente, parecía que jamás un rayo de sol había tocado su piel y sus pezones crecían como si tuvieran vida propia, palpitaban, se tornaban rosas, duros y apuntaban hacia él señalándolo como el único culpable de su estado.
Un leve albornoz de vellos cubría la extensión de su piel, éste recorría sus senos y se volcaba luego sobre su vientre hasta llegar al pubis y henchirse de vellos negros y húmedos. Tenía su mano derecha sobre ellos y movía los dedos mientras estos se perdían y reaparecían, saliendo y entrando, provocando los gemidos que delataron su presencia. Su mano izquierda parecía unida a uno de sus pechos, lo apretaba con tal fuerza que sus uñas dejaban una marca roja sobre la blanca piel que se perdía bajo sus axilas. Un rocío casi imperceptible perlaba sus hombros, era todo tan claro y de una lucidez tal que él casi podía ver cada uno de sus poros transpirar, cada gota era el nacimiento de una ola que lo abrazaba y llenaba todos sus sentidos.
La luz fue naciendo en el cuarto como si amaneciera, el foco se encendía lentamente y redefinía cada una de las formas de la mujer.
Sus ojos eran una pincelada oscura, los labios en su boca ardían, podía sentirlos llegar hasta él y abrasarlo.

-¿Q-Quién eres?- dijo con un hilo de voz.
-Soy las imágenes que dibuja tu mente cuando cierras los ojos y te masturbas, soy las mujeres que has poseído; soy el semen que embriagó muchas bocas y muchos vientres, soy tus ganas de poseer a la chica nunca tendrás, soy tus sueños sexuales, soy tus manos cuando estás ebrio, soy tus ojos perdiéndose en un escote o hurgando en unas piernas cruzadas, soy tus ganas de fornicar. Soy el deseo. Soy TU deseo.
Extendió su mano y lo tocó en la entrepierna, que ardía de placer.
-¿Porqué estás aquí?- preguntó dando un paso hacia atrás que lo sorprendió a él, tanto como a ella.-¿Por qué has venido a mi?
-Tú me llamaste. Ayer cuando seguiste a la pequeña Lola que salía de la escuela. Ayer cuando le cortaste el paso hacia la parada de buses. Ayer cuando tapaste su boca con la mano que ahora te tocas y la arrastraste hasta aquella casa que tú sabías desocupada. Ayer que la violaste oí tu llamada, tú me pediste que viniera.

Él escuchaba el relato de su propio deseo, sin poder dar crédito a lo que oía.
-¡Mentiras!- gritó- ¡deja de decir esas cosas!, ¡todo es mentira!
-No puedes escapar de ti mismo, sé lo que hiciste, sé dónde está ella, deberías sacarla de su encierro, tiene hambre, y pronto morirá desangrada, le hiciste mucho daño.
-¡¡NOOOOO!!, ¡¡no es cierto, no es cierto!!
Su cabeza daba vueltas y las arcadas aparecieron como una bendición. Vomitó, vomitó ahí sobre la alfombra mientras se sentía desvanecer.
-No solo yo escuché tu invitación- dijo ella mientras seguía masturbándose y sus ojos se ponían blancos, llenos de sexo y lujuria.
Bajo la cama aparecieron dos tentáculos como los de un calamar, solo que NO ERAN los de un calamar, no se parecían ni le recordaban a nada que jamás hubiera visto, entre la nube de lágrimas que le provocó la basca distinguió los dos apéndices largos y arenosos; tenían ventosas, si, pero eran agujeros que abrían y cerraban bocas llenas de dientes aserrados, y cada diente expelía por su “piel” un líquido verdoso, los dientes no eran de nácar ni de hueso, eran de… de piel, de cuero, era algún tegumento ininteligible.
Un extraño ser salió arrastrándose tras los inmundos brazos, un ser más inmundo que los mismos brazos. No medía más de medio metro, era una masa de carne que tenía solo un ojo, el cual… lloraba.
-Soy el dolor- dijo mientras arrastraba su cuerpo lleno de cicatrices, pústulas sangrantes y su único ojo que parecía suplicar que alguien acabara con su vida.

La imagen frente a él no era lo que planeaba para esta noche.
-No, esto no es real, tengo que salir de aquí- gimió. Dio media vuelta y abrió la puerta.

-¡Soy la pena!- el grito fue tan agudo que los vidrios en su casa saltaron en pedazos y él cayó de rodillas tapándose los oídos, y ahí se quedó con los ojos cerrados y rogando para sus adentros que todo fuera un sueño, un maldito sueño. Por un instante sintió la paz de haberse dormido y estar despertando, descubriéndose frente a la computadora jugando a través de la web-cam con una de sus amigas tailandesas; pero no era así. Cuando pudo reincorporarse y se puso de pie vio frente a él algo así como un zanquilargo gigante, solo que este tenía cuatro pares de alas y de patas, emitía un chillido agudo muy parecido al que anteriormente rompiera los vidrios, aunque menos estridente.
-He visto toda tu vida y me has alimentado con tus lágrimas, he crecido cada vez que terminabas una relación, estuve cuando murió tu madre y te sentiste solo, me alimentaste cada día que llegaste a casa del trabajo y te sentaste frente al ordenador con una lágrima colgando en el alma. Conozco lo que deseas, conozco lo que te duele, conozco la razón de que me hayas llamado; y aquí estoy, ahora jamás te dejaré, por que he crecido tanto con tu dolor que ya no puedo irme.

Él no entendía nada, el ruido ensordecedor del dolor había entorpecido sus sentidos. Solo pudo percibir el aguijón del zancudo como un pequeño puñal en su pecho cuando este se acercó a él.
El líquido que le inyectó a través de la extraña púa le influyó vida, sus sentidos ya no se hallaban embotados, vio todo con nitidez y divisó a los tres entes, los cuales se acercaban a él lentamente y con intenciones claramente malignas.

Ya en sus cabales pensó que, a pesar de ser muy rápido, el mosquito lucía muy débil y no representaría ningún problema quitárselo de encima; la dama del deseo estaba muy lejos y acostada, para cuando lograra levantarse él ya habría huido; y los tentáculos asquerosos de su dolor no podrían detenerlo más que unos segundos si lograban alcanzarlo. Dio dos pasos hacia atrás rápidamente. Sus atacantes se percataron de su intento de escape, pero ya era muy tarde; de un salto llegó a la puerta de entrada y la abrió, casi podía oler la libertad. Pero no. Una mano tan grande como su propia cabeza le agarró el brazo y casi sintió que se lo arrancaban en el momento que, de un fuerte tirón, fue empujado hacia la pared posterior. Su cuerpo se estrelló contra el muro y, en medio del dolor, escuchó crujir sus huesos, entonces supo que estaba perdido. Con una resignación casi suicida cerró los ojos y esperó el golpe final.

Pero no llegó. El instante de silencio le pareció eterno y trajo a su mente miles de imágenes; quien dijo que toda tu vida pasa frente a tus ojos antes de morir tenía razón, se vio acostado en la hamaca de su infancia, recordó las parrilladas con su padres, su primer beso, recordó una mano que decía adiós, unos labios que decían hola y a la mujer que nunca dejó de amar. Lo recordó todo. Pensó en sus atacantes, en sus pecados, en sus errores y en lo que habría más allá, después de la muerte.
Se perdía en sus pensamientos. De repente una mano lo meció.
Abrió los ojos y vio a las tres horribles figuras tras un hombre desnudo, aparentemente humano, pero de proporciones desmesuradas. Su cara dibujaba una tierna sonrisa y unos lentes enmarcaban sus ojos azules. Una paz proscrita contagió su corazón cuando vio al gigante acercar su enorme mano hacia su rostro.
-Ya no vas a sufrir más- le dijo. Su cuerpo era en realidad desproporcionado. Lo más desproporcionado en él era su pene, casi tan grande como una de sus musculosas piernas, y estaba fláccido.

Entonces tuvo miedo, un ligero cambio en el ambiente, un movimiento brusco del leviatán medio humano le insufló un terror como jamás había sentido. Y tuvo razón de sentirlo.
-¡Soy el odio! Gritó el gigante, mientras su miembro crecía desmesuradamente- ¡Soy el odio y la venganza!, ayer me llamó la pequeña Lola mientras TU la violabas, mientras saciabas tus bajos deseos con su cuerpecito. Mientras la tocabas y solo provocabas su tormento ella cerró los ojos y gritó mi nombre ¡Venganza! ¡Venganza!
El dolor, el deseo y la pena lo desnudaron en un instante, un tentáculo tapó su boca y enseguida el sufrimiento invadió su cuerpo, la pena clavaba su púa por todas partes evitando así que la inconsciencia llegara con su conciliación al cuerpo que estaba siendo ultrajado.
-¡Ella no tuvo descanso!- gritó el deseo- ¡Ella no tuvo sosiego!
Él solo podía sentir el desmesurado pene que destrozaba sus entrañas. Sintió como la sangre invadía su boca, sus oídos, sus pulmones. Cada embestida le robaba un poco la conciencia y cada aguijonazo se la devolvía.
De entre el charco de sangre formado en el suelo apareció un ser parecido a una polilla que se acercó al oído del cuerpo tumbado sufriendo tan humillante tortura.
-Soy la esperanza- le dijo- y aunque he llegado un poco tarde yo puedo detener tu dolor, y puedo concederte una muerte libre de más sufrimiento.
-¡Alto!- gritó.
Las cuatro entidades detuvieron su agresión. El tentáculo resbaló dejando sendas hendiduras en la boca y en la cara; y el hombre retiró su enorme pene del ano de un cuerpo casi sin vida.
-El perdón es lo único que te salvará- le dijo la pequeña polilla.

Él abrió la boca, pero no surgió palabra alguna de ella. Su lengua se había convertido en un mar de carne molida, pues sus dientes se habían cerrado sobre ella desgarrando y cortando. Su último pensamiento fue por el alma de la pequeña Lola; oró por que la encontraran y sanaran; rogó que no muriera y que nunca volviera a sufrir un tormento como aquel.

Y murió.

La polilla lamentó haber llegado tan tarde, nadie merecía sufrir tanto.
Los cinco seres salieron de la casa, abatidos por haber tenido que acabar así la vida de un ser humano.
-Sus pecados lo mataron- dijo el deseo.
-Nosotros somos sus pecados- sollozó el dolor.
En silencio se sentaron en el pasillo.
Levantaron la cabeza y todos se quedaron mirando el rótulo que marcaba la numeración del apartamento, le faltaba un número; antes había sido el 208, pero el 8 hace mucho tiempo había caído dejando solamente una sombra en la pintura verde y el clavo torcido que antes lo sostuvo.

Se levantaron sin mediar palabra, y caminaron lentamente, y más abatidos que antes, hacia el apartamento número veinte.

Ana

Ella se volteó y le dijo:
-Eres mejor compañía que la soledad.
Y él fue feliz, porque sabía que nada demuestra amor como ocupar el espacio que antes ocupó la soledad.

viernes, septiembre 08, 2006

El café

El café de las diez no logró despertarme. Ahí él, todo amargo y todo negro, sin azúcar, sin cuchara y sin ganas, como yo.
El café de las once llegó tan rápido que sentí que era el mismo de las diez; hasta ahora no estoy seguro si era el de las diez, de hecho.
El café de las doce me vio terminar un proyecto; mientras se enfrió vistió las paredes de mi taza inmortal con un tono más oscuro que el habitual.
El café de la una me dijo que vaya a almorzar. Le hice caso y me almorcé al café de la una y media, y de postre tomé el de las dos.
El café de las tres me dijo que fuera a casa, que abandonara la oficina por hoy y me tomara un descanso merecido. Mis dientes ovacionaron la moción del café de las tres, felices de no recibir más color por el día de hoy. Mi gastritis incipiente maldijo el momento en que pensé apagar el ordenador y dejar todo para mañana; pero bendijo el instante en que decidí quedarme hasta las nueve a terminar todos los trabajos pendientes.
El café de las cuatro me presionó para que comiera, pero, cuando iba a pedir algo de comida por teléfono, el café de las cinco me dijo que ya no tenía hambre, que me ahorrara esa plata… para comprar café, pues casi estábamos desabastecidos.
El café de las seis no soportó más la taza, que no había sido lavada desde hacia tres meses, y sintiéndose más libre que nunca se volcó para correr libremente sobre los bocetos de la siguiente campaña. Mi gastritis se sintió crecer al imaginarse cuánto se alargaría la noche para rehacer el trabajo perdido, “cuando sea grande quiero ser una úlcera, pensó, y si todo sale bien quiero ser cáncer”.
El café de las siete me sorprendió encontrando una copia de los bocetos, casi acabados, en el fondo del décimo tacho de basura que revisaba.
El café de las ocho me dijo que el trabajo estaba acabado y que lavara la taza por Dios.
Con el café a media asta me dirigí hacia los lavamanos; cuando la taza cayó al suelo logré distinguir entre los pedazos de cerámica el grito sordo de adiós del café de las ocho.
Cuando dieron las nueve me descubrí llorando sobre los restos de la loza.

Ya amaneció y mis compañeros me encontraron desnudo nadando en una mancha café que se dibujaba en los azulejos del baño. Ahora nadie dice nada, todos me miran y se miran entre ellos… y yo solo puedo pensar en que pronto serán las diez, necesito mi café.

miércoles, septiembre 06, 2006

...la mecedora...

Los adoquines en el portal hicieron que se detuviera frente a la puerta. La dirección era la correcta, y el número en la fachada, aunque desvaído, era claro 98-19-88. No podía haber ningún error, algo le decía que aquella era la casa que buscaba. Era fácil darse cuenta de aquello, había pasado muchas veces frente a la residencia y le atraía en una forma muy poco natural, era extraño, por que, realmente, nunca había reparado en ella.
Hacía muchos días que había sido desalojado de su casa anterior. Vivió cuatro años ahí, amaba ese lugar, aunque las bisagras en las puertas sonaban al menor movimiento, las tuberías rugían en las épocas de frío y el calor se metía por debajo de las puertas cuando llegaba el verano. De ser por él jamás habría abandonado las paredes húmedas y las alfombras empolvadas que le vieron llorar y reír durante tanto tiempo.

-“Los fantasmas me echaron”- respondía cada vez que le preguntaban. Y, por supuesto, siempre recibía una mirada de desconcierto al escuchar la respuesta, seguida de risas y luego el silencio.
-No, ya en serio- decían sus amigos- ¿por qué dejaste la casa?
-“Los fantasmas me echaron”- volvía a decir él, totalmente convencido. Y las risas se convertían miradas de preocupación.

Ahora, de pie frente a la casa 98-19-88, recordaba con nostalgia y desconsuelo a sus fantasmas. Nadie podría entenderlo jamás. En las noches toda la casa despertaba y lo acariciaba; las ventanas abrían y cerraban sus persianas coquetamente, como guiñando sus enormes ojos; los muros se cerraban sobre él, el techo erigía formas de labios que susurraban un eterno “te quiero”, construía pechos sobre su cama y la alfombra se convertía en un gran pubis ardiente.
La pasión latió en su pecho, amenazando convertirse en amor, durante los cuatro años que vivió ahí.
Cierto día la casa supo que lo amaba, pero ¿cómo amar a un hombre? ¿Cómo amar cuando se está hecha de madera, de concreto y de ladrillos? ¿Cómo amar cuando se está hecha de piedra? Intentó decírselo, pero para la casa era muy difícil articular el lenguaje inferior de los humanos; cuando él la escuchó no entendió ni una sola palabra de lo que le dijo, sólo podía interpretar los ruidos y quejidos de sus puertas y ventanas.
La casa no volvió a acariciarlo por las noches, ocupada en aprender el idioma de los humanos para poder comunicar sus sentimientos. Él se sintió abandonado, abrazaba las paredes buscando cuerpos invisibles y trepaba en el techo escudriñando el concreto en busca de pechos mágicos; arrastraba su cuerpo desnudo en la alfombra ahora sin vida.

La casa se olvidó de su amor en el afán de encontrar la manera de decirle que lo amaba.

Un día él llegó y gritó con todas sus fuerzas:
-“¡¡Háblame!!”- y el alma de la casa, que había aprendido que la única forma de comunicarse con los humanos era humanizarse, adoptó la forma de una mujer. Era un fantasma para los ojos ignorantes del amor que puede llegar a nacer dentro de cuatro paredes.
Se acercó a él con lágrimas en los ojos y le dijo:
-“Te amé una vez, pero no me entendiste; no me amaste cuando tuviste la oportunidad, no me amaste cuando estuve dispuesta darme toda a ti. Ya no quiero que me ames, quiero estar sola”- y desde dentro de los pasillos más oscuros aparecieron los recuerdos más terribles de la casa, humanizados también; al ver sus rostros él supo que no los olvidaría. Llevaban sobre sus mejillas las cicatrices de las noches en que él durmió fuera, muchos de ellos no tenían ojos por todas las lágrimas que se habían derramado, otros mostraban un profundo agujero en el pecho, un agujero en donde tuvo que estar el corazón; eran los rostros del dolor. Los fantasmas lo echaron de la casa, y él se prometió jamás volver.
Vagó solo a través de la ciudad durante muchos días, tratando de olvidar su amor, durmiendo bajo los puentes.

Y con los recuerdos bullendo dentro de él llamó a la puerta de la casa 98-19-88.

Luego de recorrer sus pasillos, solo, pues nadie salió jamás a recibirlo, llegó a la estancia y vio una mecedora, que se movía con cadencia.
Mientras su mirada se perdía en el movimiento de la mecedora empezó a repasar con la memoria los cuartos exquisitamente adornados, las cubiertas de seda tendidas sobre las camas, el hermoso papel tapiz donde leones dormían apaciblemente sobre una sabana africana, la paz que vestía a todo el recinto contagió su alma.
Antes de que sus formas se materializaran frente a él supo que la casa tenía vida; una nube espesa y azul se arremolinó sobre la mecedora y de entre las sombras una hermosa figura de mujer apareció. Él se quedó petrificado frente a ella, la pureza de su rostro y la ternura de sus ojos lo atraparon y de inmediato supo que quería vivir ahí el tiempo que ella quisiera tenerlo a su lado.
Hablaron toda la noche, ella le habló de sus fantasmas y muchos de ellos mostraron sus rostros hendidos por la pena y el dolor de habitantes pasados. Él le mostró sus heridas y las marcas que dejó una casa en la que alguna vez vivió.

Ella le dijo “quédate conmigo” y él le respondió “para siempre”.

En la noche se escuchan largos murmullos cargados de te quieros y se proyectan caricias mientras mueren los fantasmas de tristes recuerdos y nacen leones de sueños. Y frente a la casa 98-19-88 se dibuja el perfil del eterno vaivén de la mecedora.

domingo, julio 09, 2006

al borde de la locura

Cuando la puerta del ascensor se abrió para dejarme entrar en el quinto piso del puto edificio, yo me encontraba ya al borde de la locura…

El sol entró por mi ventana calentando todo lo que su luz amarilla e irritante bañaba. Por lo general me coloco en la cama de tal forma que ese calor espeluznante no se atreva a tocar mi rostro; sin embargo, esa mañana amanecí con la cara volteada hacia el sol, y en vez de dibujar esa actuada y fingida sonrisa, que se ve en los comerciales de cereal cuando las mamás se levantan al lado de su marido (que no babea ni ronca, sino que tiene una afeitada perfecta y un aliento de menta), arrojé la almohada hacia mi ventana y maldije el lunes.
Eran las 8 menos cuarto, y mi vida empezaba a dar la vuelta de nuevo, a principios de semana.
Antes de darme cuenta estaba ya preparando mi desayuno… huevos, en esta casa solo hay huevos que se fríen en el mismo sartén y en el mismo aceite todas las mañanas. Mientras veía los huevos burbujeantes sobre el aceite recordé la puteada que me gané la semana pasada por llegar tarde a la oficina, así que decidí no bañarme, pues la ducha me quitaba mucho tiempo. Qué más daba un día más. Comí del sartén y los pedazos de los huevos sobrantes quedaron ahí esperándome para mañana, casi podía oírlos cuando se despedían con un “hasta mañana imbécil”. Volví a mi cuarto y al instante ya estaba vestido… ¡la gran puta que lo parió! Ya eran las 9 menos cuarto… era imposible llegar en 15 minutos a la oficina… maldito lunes que devora las horas y las vidas de gente que se sume en la rutina, como yo.

Más de 20 taxis pasan en un día en que no se los necesita, hoy no pasa ninguno. Ya son las nueve y hace 10 minutos estoy corriendo hacia una calle un poco más transitada, para ver si uno de estos taxistas hijos de puta me quiere llevar. Bueno, el taxi voló pero me sacó la cabeza…¿¿8 dólares por una carrera de 15 minutos?? Igual estoy tarde ya, mientras a mi jefe no se le ocurra decirme nada podré aguantar un día más de bajar la cabeza y tragarme la lengua.
Me saluda el guardia de la entrada, que quiso ser chapa, pero no le dio la altura.
Ya odio este día… y mientras veía los leds formando los números rojos en la pantalla que marcaban el piso por el que al ascensor pasaba, se hacía más clara en mi cabeza la idea de llegar a la oficina y renunciar, escapar del sistema que mueve a este mundo.

Cuando la puerta del ascensor se abrió para dejarme entrar en el quinto piso del puto edificio, yo me encontraba ya al borde de la locura…
Abrí la puerta de la oficina y entre sin saludar a nadie… me senté frente a mi computadora y me puse a trabajar. La voz de mi jefe no tardó en llegar: Juan, necesito hablar contigo. La pequeña salita de conferencias me recibió con un sopor insoportable. Otra vez tarde Juan…
Mi mente ya no estaba conmigo, me levanté de la silla en la que él amablemente me había invitado a sentar y con las dos manos la tomé del espaldar, solo pude ver un segundo a mi jefe cuando vio que la levante sobre mi cabeza … por un instante su cara se llenó de un miedo que jamás había sentido y poco a poco vi cómo sus ojos se hundían en sus cuencas, su boca extrañamente se cerraba, como si fuera una cremallera, su cabello caía y su tez se tornaba blanca… era algún tipo de ser sin rostro, era el rostro del sistema, y en eso me estaba convirtiendo.
La silla se estrelló contra su nariz y el rostro blanco que creó mi mente desapareció para dar lugar a una mancha grande y pronunciada de sangre.
El primer grito fue seguido por muchos otros cada vez de menor intensidad, la silla de metal crujía sobre los huesos de su cara en cada golpe que yo asestaba. La secretaria apareció en el umbral de la puerta y gritó de tal manera que sentí que me reventaba los oídos. Al momento cayó desvanecida y el conserje, que se encontraba atrás de ella pudo ver todo el espectáculo que mi huída de la rutina estaba creando. El resto de la oficina se apretujo en sus cubículos con miedo; todos los ojos se hundieron en sus cuencas y las caras blancas volvieron a aparecer, dibujando ahora algo nuevo… códigos de barras en vez de narices, de ojos, de oídos y de bocas.
Yo me sentía liberado, con una fuerza que jamás había sentido.
Los guardias del edificio llegaron con sus caras llenas de códigos y con pistolas dispuestas a escupir fuego.
Abrí la ventana y salté… Adiós huevos, grité… ¿¿ahora quién es el imbécil??
Los cinco pisos pasaron frente a mis ojos, no hubo recordatorio alguno de todo lo que fue mi vida, ni de los malos momentos, ni de los buenos, no hubo recuerdo de padres de amigos o de novias… lo único que pasa por tus ojos cuando estás a punto de morir, como yo, son las ventanas del edificio que acabas de saltar.

Llevo ya más de 20 años aquí, en este hospital… el sistema me ha vencido, soy un número más en la estadística de los locos que se tiran desde un quinto piso y quedan vivos pero en coma. Veo a todo el mundo, pero hace ya tanto tiempo que todo el mundo dejó de verme.