Los adoquines en el portal hicieron que se detuviera frente a la puerta. La dirección era la correcta, y el número en la fachada, aunque desvaído, era claro 98-19-88. No podía haber ningún error, algo le decía que aquella era la casa que buscaba. Era fácil darse cuenta de aquello, había pasado muchas veces frente a la residencia y le atraía en una forma muy poco natural, era extraño, por que, realmente, nunca había reparado en ella.
Hacía muchos días que había sido desalojado de su casa anterior. Vivió cuatro años ahí, amaba ese lugar, aunque las bisagras en las puertas sonaban al menor movimiento, las tuberías rugían en las épocas de frío y el calor se metía por debajo de las puertas cuando llegaba el verano. De ser por él jamás habría abandonado las paredes húmedas y las alfombras empolvadas que le vieron llorar y reír durante tanto tiempo.
-“Los fantasmas me echaron”- respondía cada vez que le preguntaban. Y, por supuesto, siempre recibía una mirada de desconcierto al escuchar la respuesta, seguida de risas y luego el silencio.
-No, ya en serio- decían sus amigos- ¿por qué dejaste la casa?
-“Los fantasmas me echaron”- volvía a decir él, totalmente convencido. Y las risas se convertían miradas de preocupación.
Ahora, de pie frente a la casa 98-19-88, recordaba con nostalgia y desconsuelo a sus fantasmas. Nadie podría entenderlo jamás. En las noches toda la casa despertaba y lo acariciaba; las ventanas abrían y cerraban sus persianas coquetamente, como guiñando sus enormes ojos; los muros se cerraban sobre él, el techo erigía formas de labios que susurraban un eterno “te quiero”, construía pechos sobre su cama y la alfombra se convertía en un gran pubis ardiente.
La pasión latió en su pecho, amenazando convertirse en amor, durante los cuatro años que vivió ahí.
Cierto día la casa supo que lo amaba, pero ¿cómo amar a un hombre? ¿Cómo amar cuando se está hecha de madera, de concreto y de ladrillos? ¿Cómo amar cuando se está hecha de piedra? Intentó decírselo, pero para la casa era muy difícil articular el lenguaje inferior de los humanos; cuando él la escuchó no entendió ni una sola palabra de lo que le dijo, sólo podía interpretar los ruidos y quejidos de sus puertas y ventanas.
La casa no volvió a acariciarlo por las noches, ocupada en aprender el idioma de los humanos para poder comunicar sus sentimientos. Él se sintió abandonado, abrazaba las paredes buscando cuerpos invisibles y trepaba en el techo escudriñando el concreto en busca de pechos mágicos; arrastraba su cuerpo desnudo en la alfombra ahora sin vida.
La casa se olvidó de su amor en el afán de encontrar la manera de decirle que lo amaba.
Un día él llegó y gritó con todas sus fuerzas:
-“¡¡Háblame!!”- y el alma de la casa, que había aprendido que la única forma de comunicarse con los humanos era humanizarse, adoptó la forma de una mujer. Era un fantasma para los ojos ignorantes del amor que puede llegar a nacer dentro de cuatro paredes.
Se acercó a él con lágrimas en los ojos y le dijo:
-“Te amé una vez, pero no me entendiste; no me amaste cuando tuviste la oportunidad, no me amaste cuando estuve dispuesta darme toda a ti. Ya no quiero que me ames, quiero estar sola”- y desde dentro de los pasillos más oscuros aparecieron los recuerdos más terribles de la casa, humanizados también; al ver sus rostros él supo que no los olvidaría. Llevaban sobre sus mejillas las cicatrices de las noches en que él durmió fuera, muchos de ellos no tenían ojos por todas las lágrimas que se habían derramado, otros mostraban un profundo agujero en el pecho, un agujero en donde tuvo que estar el corazón; eran los rostros del dolor. Los fantasmas lo echaron de la casa, y él se prometió jamás volver.
Vagó solo a través de la ciudad durante muchos días, tratando de olvidar su amor, durmiendo bajo los puentes.
Y con los recuerdos bullendo dentro de él llamó a la puerta de la casa 98-19-88.
Luego de recorrer sus pasillos, solo, pues nadie salió jamás a recibirlo, llegó a la estancia y vio una mecedora, que se movía con cadencia.
Mientras su mirada se perdía en el movimiento de la mecedora empezó a repasar con la memoria los cuartos exquisitamente adornados, las cubiertas de seda tendidas sobre las camas, el hermoso papel tapiz donde leones dormían apaciblemente sobre una sabana africana, la paz que vestía a todo el recinto contagió su alma.
Antes de que sus formas se materializaran frente a él supo que la casa tenía vida; una nube espesa y azul se arremolinó sobre la mecedora y de entre las sombras una hermosa figura de mujer apareció. Él se quedó petrificado frente a ella, la pureza de su rostro y la ternura de sus ojos lo atraparon y de inmediato supo que quería vivir ahí el tiempo que ella quisiera tenerlo a su lado.
Hablaron toda la noche, ella le habló de sus fantasmas y muchos de ellos mostraron sus rostros hendidos por la pena y el dolor de habitantes pasados. Él le mostró sus heridas y las marcas que dejó una casa en la que alguna vez vivió.
Ella le dijo “quédate conmigo” y él le respondió “para siempre”.
En la noche se escuchan largos murmullos cargados de te quieros y se proyectan caricias mientras mueren los fantasmas de tristes recuerdos y nacen leones de sueños. Y frente a la casa 98-19-88 se dibuja el perfil del eterno vaivén de la mecedora.
miércoles, septiembre 06, 2006
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2 comentarios:
..bueno, soy el primero que visito y posteo en mi blog luego de dos meses de censantía..atrapé nuevamente a la musa..la encadené y la vestí de cuero negro..como alguna vez me recomendó un buen amigo..en fín..aún estoy lleno de historias..que para mi suerte y la de todos se alejan mucho de ser las mías..
ummm... me quedó debiendo el final de la historia. Sentí que lo terminaste como de urgencia, como si tuvieras que ir a alguna parte.
Pero me encantó la idea del relato, y los tiempos. Un cuento tuyo siempre es una buena noticia.
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