lunes, abril 30, 2007

La verdad

La verdad es que siempre le había resultado difícil mantener una relación estable: yo le conocía una veintena de exeses y una centena de historias, y eso que recién acariciaba los dieciséis años, de los cuales, en los últimos tres, su cuartito había hecho debutar a más de un aventado o asustado niño, o por lo menos eso es lo que ella me había contado, mmm, hace unos cuatro días, por ejemplo, sin ir muy lejos me abrumó, como casi todos los fines de semana, con sus cuentos de niños con deseos deseables y manos deseadoras, “¿habría algún problema con que me cuente todo?”,”¿Le iba yo a contar a sus padres?”, eso no me corresponde a mi, le respondía, y me daba cuenta que pese a tener más experiencias en el campo de la piel que las mías, su lado de niña aún la sumergía en el temor de ser descubierta y en la vergüenza de tener que explicar por qué cambiaba tantas veces sus sábanas en la semana; “a usted le puedo contar hasta que estoy pensando probar lo que vi en una de esas películas que mi pa guarda, tras la pistola que siempre está descargada en el closet, que ¿qué vi?, eso donde uno de los hombres le mete su pipí por un lugar, que no había visto antes, a una chica que me parece, para serle sincera, que aunque le duele lo disfruta mucho, ¿usted lo ha hecho?, ¿les duele mucho?” y a mi explicación siempre le faltaban puntos y comas: empezaba preguntándole cuál era ese lugar y entonces al oír su respuesta todo se me desmoronaba, ella me desconcertaba siempre y luego de hablarle y tratar de aconsejarla, regresaba a mis lecturas y mis trabajos, no cumplía mis obligaciones y me equivocaba en todo lo que hacía porque mi mente estaba con ella paseando con el muchachito de turno; luego aparecía por la noche cuando yo estaba cerrando, “solo quiero hablar un momento” era su eterna mentira y ese “un momento” se convertía en dos momentos, en tres momentos, en veinte momentos y cuando nos daba la media noche tenía que llamar y justificar su ausencia diciéndoles que estaba conmigo, ayudándome; “ayudándole a qué, tan tarde en la noche” a barrer, a organizar los libros y practicar mis lecturas “está bien, pero que no se demore mucho más, si usted puede, le agradecería que la trajera antes de la una porque mañana tiene clases”; ay don Liborio si supiera lo que hace su hija en vez de ir a clases, si yo pudiera decírselo, si estuviera en mí poder…. y me colgaba con un buenas noches que interrumpía mis pensamientos ya para entonces muy encontrados y me hacían pasear la mirada entre mi pequeña amiga, porque para entonces ya la consideraba como tal, y el teléfono que acababa de colgar donde su padre se había quedado aquietado por mis palabras, que ya casi eran mentiras gracias a la influencia de esa pequeña que me miraba con expectación; ¿su papá se había quedado tranquilo?, ¿podía quedarse mucho más tarde hablando con su mejor amigo?, ¿podía quedarse a dormir con él?, si, si y no, eran las réplicas que la ponían muy contenta el tiempo que nos quedábamos conversando y también el camino de vuelta a su casa, en mi carro, en donde, naturalmente, las preguntas y las confidencias seguían con más o menos intensidad hasta llegar, entonces se bajaba y me daba un beso en la comisura de los labios que me dejaba atontado sin poder dormir hasta el siguiente día, en el cual recibiría la visita de mi pequeña, esa pequeña que me había hecho dependiente de sus historias de sobre cama, las cuales esperaba como novela diaria y que me creaban más zozobra que cualesquier otra cosa; debo aclarar que ella se daba cuenta y buscaba provocar ese no saber qué decir en mí, yo creo que lo disfrutaba, por eso a veces sus historias me parecían mentira, una forma de acercarse a mi, de tener algo para contarme y que yo siguiera sus aventuras opinando, aconsejando y más que todo callando, y bueno, ella sabía que podía contar conmigo para todo eso; digo que solo algunas historias me parecían mentira porque no tenía maneras de comprobarlas, había muchos chicos que venían a mí para contarme sus problemas y alguno de ellos me confirmaba que mi niña había hecho travesuras bajo sus pantalones, pero yo tampoco podía ir tras ellos preguntándoles, si ellos con su buena voluntad se acercaban yo los oía y mientras los oía veía a mi amiguita sentada a una distancia prudente, observando, siempre observando, vigilando cualquier movimiento mío, o quién sabe, vigilando que a alguna de sus víctimas no se le fuera a escapar algo que yo no debía escuchar, tal vez estaba ahí intimidándolos, solo para hacerles saber que si cometían una imprudencia podían pagarlo muy caro; esta clase de pensamientos lúgubres eran los que ella lograba, de alguna extraña manera, meterme en la cabeza y aunque no he tenido nunca una personalidad influenciable, su mirada me intimidaba, me entretenía y me gustaba, no era un gusto enfermizo, era un gusto más bien deportivo, ese tipo de efecto que tienen las luces sobre los insectos: ella se acercaba a mi y yo esperaba con ansia y con miedo sus preguntas, su presencia era un poco de luz en la noche, y así la veía siempre: sin malicia, y bueno, si hablamos de malicia era ella la que tenía esos ojos malevolentes con los que, cada vez que empezaba una de sus historias, yo me perdía del tiempo y del espacio y así fue como hoy, que llegó a contarme de su última conquista, que era un hombre mayor, me metí en sus preguntas y en mi afán de contestarlas: ¿la edad era importante en una relación? y si la diferencia era muy grande ¿habría problemas?; cuántos años tiene él, pregunté “cuantos años tiene usted” dijo ella y se me cayó la estantería de las respuestas que había estado planificando en mi cabeza, conmigo no tienes una relación, yo no soy tu conquista soy muy mayor para ti y aparte de la edad tu sabes muy bien que yo no puedo; y entonces ella empezó a quitarse la ropa mientras yo empezaba a temblar de pies a cabeza pensando en salir corriendo, pensando en que bastaba que alguien viniera a visitarme para descubrir una niña de dieciséis años desnuda en mi recámara, pero mis piernas no reaccionaban y a medida que sus prendas iban cayendo yo sentía una atracción tan grande que no sabría como explicar, mis ojos iban y venían recorriendo el cuerpo de mi niña mientras ella se acercaba mostrándome la blancura de su cuerpo y tapando con sus dedos sus pezones rosados y chiquitos, como sus pechos; sin preverlo si quiera, sus labios tibiecitos ya estaban sobre los míos y yo petrificado del miedo no atiné ni a separarla ni a corresponder sus besos y caricias cada vez más profundas; “me tendrá que mandar a rezar de penitencia muchos avemarías y padrenuestros por esto padrecito, ¿por qué tiembla?, ¿tiene frío?” y sintiendo sus manos desnudas en mi cuerpo me di cuenta que estaba desnudo yo también, que en el transcurso de esas palabras se había desecho de mi cuello blanco, mi hábito negro y de la poca sangre fría que me quedaba, porque ahora también yo la besaba y la acariciaba, la llevé al pequeño camastro en el que había destinado años enteros de meditación, arrepentimiento y mis lecturas diarias de la biblia, la que ahora caía al suelo expulsada de la cama el mismo momento en que yo lanzaba el cuerpecito frágil que tenía entre mis brazos hacia las sábanas, la besaba y acariciaba como me había contado que lo hacían sus niños amantes, ella lloraba del dolor que le producía sentirme dentro, “lo amo padrecito”, “yo también te amo mi niña y no lo supe hasta hoy” y entonces lo vi a usted, entre las sombras como ahora, en el umbral de la puerta de mi cuarto y aunque no alcanzo a ver su rostro le ruego que baje esa pistola, yo sé que no quiere herir a nadie, mi niña y yo nos amamos, y esa es la verdad, si se acerca podría explicárselo, usted entenderá, eso, acérquese un poco hacia la luz; Don Liborio, baje el arma por favor, si; tiene razón olvidamos justificar su atraso a la casa y es la madrugada lo que lo ha empujado a usted a venir a recogerla, pero es la primera vez que pasa algo así, mírela, ahora mismo hace lo posible por cubrirse con las sábanas, pobrecita, está muy asustada, no creo que usted provoque que su hija presencie un asesinato, no; deje de apuntarme, por favor, no disp….