lunes, abril 07, 2008

La zapatilla

Este piso es tan cómodo, ¿Por qué nunca antes me habré sentado en él? ¡ah!, es verdad, hoy ha sido por que me fallaron las rodillas y me caí. Es tan gracioso cómo no nos damos cuenta de tantas cosas hasta que nos toca vivirlas, o sea, nunca nos fijamos. Por ejemplo, a ras del piso, apoyando un poco la mejilla en el suelo, todo se ve tan grande, hasta esa zapatilla. Ahí está, enorme, clavando su taco en tu ojo, estampada en esa cara diabólica, en esa cara tan tuya que me pareció diabólica por un instante eterno.
La zapatilla me llamaba, ahí a ella, tan de madera, tan pesada y tan inmóvil, se le metió el diablo y me susurró: castígala, castígala. Nunca pensé que una zapatilla pudiera hablarme, peor aún obligarme a actuar; pero ahora viéndote ahí acostadita…
Y es que yo te compré el parcito más bonito que encontré. Necesito zapatillas para la fiesta de esta noche, me dijiste, y yo acabé de hacer la comida, me puse mi vestido más limpio para que me atendieran como a una persona en esa boutique de la esquina, tomé la paga que recibí por desmalezar el patio de la señora de Barrezueta y salí por las zapatillas. Compré las más costosas del lugar, a las niñas adolescentitas les gusta eso de que cuesten mucho… ¿no cierto? Y ya ves, no te gustaron. Son muy altas, y de madera mamá, a quién se le ocurre por dios, apuesto que ni siquiera viste mi vestido, es turquesa, tur-que-sa, y esas zapatillas son cafés, estás loca, no me las voy a poner. Y ahora tienes una ahí, donde sí te combina con tus ojitos cafés.