viernes, diciembre 01, 2006

Silencio

Las imágenes aún no se iban de su cabeza… sentados frente a frente en la cama, enredadas las piernas en un nudo cálido, la cabeza de ella en su hombro y su propia cabeza en el hombro de ella; y una única imagen proyectada en su cabeza: sus cuerpos desnudos y juntos, lo hicieron sonreír. No necesitaban nunca decirse nada con palabras, habían adoptado el lenguaje de la lluvia, y en ese momento, con la ventana abierta de par en par y el agua cayendo como una bendición frente a sus ojos, sintió el aliento cálido del amor.
Ella parecía siempre muy callada y muy fría, pero en su corazón bullía un calor que solo él había logrado advertir; un calor que percibió desde el primer día en que sus ojos, que buscaban un hombro dónde llorar, la vieron. Regresando a su apartamento una noche, y con el corazón destrozado, ella llamó su atención: sentada al costado de la calle con los ojos suplicando por una mano y por un amor que la salvara, que la llevara lejos, que supiera curarle el alma e insuflar de vida su vida, él la encontró. Tomó su mano mientras la dulce voz de aquella a quien ahora amaba llegaba a sus oídos suplicando “sálvame”, “sálvame”.
Y, mientras ella se dormía en sus brazos, él la había salvado.
Los días transcurrieron felices; caían sobre sus cabezas las mañanas con sus nubes claras, las tardes con el calor del verano y las noches con su manto oscuro mientras ellos aprovechaban su tiempo haciendo el amor y hablando de un futuro que, estaban seguros, llegaría con la promesa de sus vidas juntos.
Eran comunes las largas horas que él empleaba en escribir cuentos frente al ordenador, mientras la veía sentada a su lado como queriendo servirle de inspiración; muchas veces él descubría el cansancio secreto que guardaban sus ojos, apagaba el computador y se acercaba a ella con la dulzura que el jardinero guarda con sus flores, le besaba los labios primero suavemente y luego con una locura apasionada que lo llevaba a levantarla en brazos y prácticamente arrojarla a la cama mientras arrancaba sus ropas y se entregaba a sus brazos en una embriaguez de amor que solo ellos conocían y provocaba que su boca se perdiera por rincones oscuros y su nariz se sumergiera en el olor de sus cabellos mientras sus manos vagaban buscando y encontrando la desnudez liberada de pudores que clamaba por recibir la comunión de la piel con la piel y los labios con los labios que luego de ese ir y venir frenético y convulsionado se dejaban reposar sobre un ombligo lleno de sudor y un vientre sobre el cual holgaban ilusiones y sueños.
Y luego el silencio.
Un “te amo” calladito y una respuesta que nunca llegaba.
Luego él se levantaba y le ponía la ropa, prenda por prenda, y besaba cada parte del cuerpo que vestía. Ella nunca le había dicho nada, pero él sabía que le gustaba, pues sus besos eran recibidos calladamente, y, él estaba seguro, con una sonrisa.
Así disfrutaban de sus vidas, él cocinaba y ella no comía; las discusiones por este motivo eran muy comunes, pues él se preocupaba de su falta de apetito.
Habían pasado casi cuatro meses y nunca habían salido de casa desde aquella noche en que sus ojos suplicantes se encontraron en la calle, desde esa noche en que ella le había dicho que la salvara de este mundo, y huyeron juntos, solo sus corazones bastaban y ahora frente a la ventana abierta que dejaba pasar la brisa llena de gotitas él sintió el aliento cálido del amor. Estaba seguro que ella también lo sentía, pero el encierro que se habían prometido parecía estar provocando una tristeza que calladamente consumía sus deseos de seguir amando.
-Voy a comprar algo de comida -dijo él- hoy no tengo muchas ganas de cocinar, ¿vienes conmigo mi amor?-se acercó mientras le daba un beso en la mejilla, y la observó sostener la mirada, le pareció a él, concentrada en un punto fijo fuera, a través de la ventana y hacia la nada.
-Nunca quieres salir, ¿cierto?; ¡qué mierda que eres!. ¿Sabes qué? Hoy vendrás conmigo aunque no quieras. La única forma que puedas volver a enfrentarte al mundo es saliendo y luchando, dando la cara al viento y aprendiendo otra vez a amar la libertad. ¡Y no me mires así!, que no pienso dejarte acá sola.
Vamos preciosa, no te quedes ahí.
Ella no dijo nada y él sabía que cuando un silencio así se prolongaba era porque estaba empecinada en una idea y nada de lo que pudiera hacer o decir podría moverla de su sitio. Siempre tenía el deseo de cargar con ella sin que le importasen los golpes y los gritos que ella pudiera dirigirle, pero era mortalmente cobarde y esta vez no fue la excepción. La abrazó estando ella sentada en la cama de espaldas y apoyada al marco de la ventana, besó su cuello y prometió volver pronto.
Cuando regresó la encontró acostada y no la despertó pues le pudo más la pena que la ira; no quería interrumpir sus sueños.
El timbre del apartamento sonó sacándolo de sus pensamientos y corrió hacia la puerta para que se detuviera ese ruido que ahora le parecía infernal.
-¿¡Quién es!?, ¡Ya voy!... demonios.
-¡Un momento por favor!, ¡ya lo oí, ya lo oí!
La figura del oficial que apareció ante él en cuanto abrió la puerta lo desconcertó. Si, era tarde y seguramente la única luz encendida en cuadras sería la suya y probablemente el policía buscaba algún sanitario para expulsar todas las rosquillas del día y también era posible que simplemente fuera un reconocimiento de rutina. Y mientras él luchaba con estos pensamientos en la cabeza, el oficial lo abordó.
-Buenas noches señor.
-Buenas noches oficial… ¿Castañeda?- preguntó mientras escudriñaba la placa que estaba frente a él.
-Si. Disculpe que lo venga a interrumpir a estas horas de la noche. Necesito saber si UD. Podría colaborar con una búsqueda.
-Si está a mi alcance, oficial; con todo gusto
-Mire, hace algunos meses estamos buscando a una señorita que escapó de su casa y sus padres están muy preocupados; ella tuvo un problema con ellos, mmm, hubo una discusión o algo así, por que no aceptaban la relación que tenía con su novio y ella salió corriendo de la casa. Ya interrogamos a su novio y pues él tampoco sabe nada. Nadie sabe nada. He mostrado la foto por toda la ciudad y justo por este barrio la han reconocido. Me gustaría…
-Claro oficial, enséñeme la foto.
Cuando el policía puso la foto a su vista la sangre se le heló en las venas.
-N-no, no. Lo, lo lamento, pero n-no no la he visto.
-Mírela bien, ¿está seguro?
-Si, oficial, lo, lo siento.
-Bueno, muchas gracias por su tiempo.
-De nada.
Mientras cerraba la puerta y el corazón luchaba por salírsele del pecho escuchó la voz del oficial.
-Eh, me olvidaba una cosa… ¿UD. Vive solo?
-No, vivo con mi, con miii… esposa- atinó a decir al fin.
-Y ella, ¿la habrá visto?
-No creo oficial, pero ella ahora está dormida. En todo caso si se da la molestia de regresar mañana por la mañana podría hablarle.
-No, no se preocupe, gracias.
Cerró la puerta y dio vuelta sobre sus pasos… ¿Por qué me mintió?, pensaba.
-¿Por qué nunca me dijiste que tenias novio?, o que tienes, ya no estoy seguro de nada- la increpó cuando entró a la habitación.
-Tu silencio no arreglará las cosas. Escuchaste la conversación ¿cierto? Ya me siento mal por decirle al oficial que eras mi esposa y que estabas dormida… mañana iremos a la comisaría, tus padres están preocupados, además, podrían pensar que soy un secuestrador o un violador o quién sabe qué cosas podrían llegar a pensar. Por favor mi amor, yo no te dejaré sola pero ya no podemos seguir escondiéndonos. Y deja de mirarme así, ¿qué?, ¿qué dices? ¡No! ¡Por Dios santo!, claro que no podemos huir… entonces SÍ sería un secuestrador, por favooor mi vida, no me pidas estas cosas.
La discusión de esa noche tomó esa tónica hasta que el cielo amenazó con clarear… ella era muy empecinada cuando quería serlo y él lo sabía muy bien, aunque habían sido pocos los meses que habían pasado juntos sentía que la conocía toda; y no se equivocaba. Él sabía que la discusión ya la había perdido desde que dejó al descubierto sus celos, su desconfianza y su miedo de perderla. Así que luego de varias horas de gritos y lágrimas él cogió un par de maletas de mano y empezó a guardar la ropa mientras la veía a ella y a su gesto de suficiencia y de triunfo, ese rostro indiferente y frío.
Mientras salían de la casa él sintió, pese a todo, la alegría de haber logrado que enfrentara la libertad y mientras atravesaba con ella el patio hacia la verja de entrada se dijo que tal vez podría ser claustrofóbica y que por eso le había resultado tan difícil huir de su casa; que por esa razón la había encontrado hecha un ovillo, en la vereda, el día en que se conocieron; y que por eso se había rehusado a salir al exterior todo este tiempo.
Cuando estemos lejos de aquí visitaremos a un psicólogo mi amor, yo te ayudaré a superar todo y estaré contigo siempre, pensó con una sonrisa y la puerta enrejada se cerró tras ellos.
-¡¡Es él!! Por Dios santo ¡¡Es él!!
Las luces, que de inmediato se encendieron en los reflectores, lo cegaron por un instante y escuchó el grito de una señora histérica que luego reconoció como una de sus vecinas.
-¡¡Él fue el que se robó el cuerpo!!, ¡¡Maldito enfermo!!
Su primer instinto fue correr, pero las maletas pesaban y el cuerpo que arrastraba con él estaba ya tan hinchado y tieso que no pudo dar más de cinco pasos cuando varios policías lo detuvieron saltando sobre él. Entre esa maraña de rostros logró ver al que lo había interrogado la noche anterior.
-¡¡Corre mi amor!!, ¡¡corre!!-gritó el joven enamorado- Déjenla ir, ella no ha hecho nada, ¡solo quería ser libre!, ¡libre!
Los padres de la joven corrieron hacia el cuerpo que había resbalado de los brazos de aquel loco y que ahora yacía en la vereda sobre la cual él la había encontrado la noche que fue atropellada.
Cubierta de moretones, apenas vestida con una camisa y aún con rastros de semen en su entrepierna, conservaba la misma mirada de súplica de la noche en que murió… “sálvame, necesito un médico, lejos de aquí… me han atropellado… sálvame”
Él se precipitó al suelo bajo el peso de los policías y lo último que logró ver antes de que su cabeza encontrara el filo de la vereda fue el rostro petrificado y pálido de la mujer que amaba.

Y luego… solo silencio.