miércoles, agosto 29, 2007

Box

Uno. Un sobresalto, una especie de sacudón instantáneo y violento, sacó a Francisco Guerrero del pesado sueño en que se había sumido hacía pocas horas. Por un acto reflejo se palpó el cuerpo en busca del celular para ver la hora. Del bolsillo de su chompa de cuello barato –desde hace tres días seguidos dormía con la ropa puesta- extrajo el aparato cuya pantalla estaba apagado por falta de batería. Sin levantarse, abrió el cajón de su destartalada mesita de noche y revolvió facturas, tarjetas, calendarios viejos estampados con mujeres desnudas, envoltorios vacíos de chicles, hasta que dio con viejo reloj Casio electrónico al que le faltaban las correas. Las once de la mañana. Soltó un insulto al tiempo que intentaba incorporarse en el sofá que le servía de cama desde que su última conviviente lo dejó hace cuatro meses, tirándole la puerta en la cara y gritando desde el pasillo, con la ira ya ahogada por el aburrimiento: “Eres una huevada Pancho, siempre has sido una huevada”. Se apretó la cabeza con las dos palmas, se masajeó describiendo pequeños círculos y se peinó con las manos como cumpliendo alguna especie de ritual cosmético gastado y ridículo. A las doce tenía que estar en el Coliseo Rumiñahui para la final del campeonato provincial de Karate. Había quedado con Julio, su compañero en la revista, para cubrirlo en las peleas que, según le dijo, arrancarían a las nueve y terminarían hacia el medio día. Dos. ¿Por qué los hijueputas karatecas hacen una final un viernes? ¿Quién, aparte de los periodistas, trasnochados y magros, iba a ver a dos cojudos sacándose la puta?, pensó Guerrero y se felicitó por hallar casi sin esfuerzo los adjetivos “trasnochado” y “magro”. Se alisó, en un gesto inútil, la chompa de cuero y volvió a pasarse una mano por el pelo indócil y requemado por la mugre y el humo del cigarrillo. Tres. Masculló: “mierda, lo que hay que hacer por un culito” mientras abría la llave de la ducha eléctrica y se iba despojando de la blanca camisa arrugada, los mocasines negros azotados por el uso, las medias chinas verdes y hediondas, cuando se echó el calzoncillo hacia abajo recordó que también tenía una entrevista –la sexta ya- con Jaime “el látigo” García, su antiguo amigo, el boxeador fracasado, de quien preparaba una biografía desde hacía cuatro años, sin mayores entusiasmos ni perspectivas.
Aunque le gruñía el estómago, tan luego se peinó y se roció de perfume, salió hacia el coliseo. El tráfico lo encontró en la seis de diciembre por la que, equivocadamente, había pensado que a esa hora llegaría más rápido. Tres. El carro Cóndor rojo que había comprado hacía diez años, quemaba aceite y tenía una direccional rota, por lo que Guerrero temió ser detenido cuando pasó cerca del oficial que dirigía el tránsito en la Orellana por la que torció a la izquierda. El radio, o único flamante en la tristeza general del tapizado, sintonizaba La Red desde la que una voz cascada comentaba los resultados de la dupleta del día anterior. Guerrero, extrañamente, no tenía idea de cómo habían quedado y su explosión fue sincera cuando, al enterarse de que el Deportivo Quito había ganado 3-1 a la Liga dijo: “Hijos de puta, ahí está carevergas. ¿Quién es su marido? Para que nos digan chimbadores por algo”. Hasta pitó un par de veces para consternación y molestia de los otros carros, que bajo el feroz medio día de Quito, parecían derretirse. El tráfico se detuvo por casi cinco minutos mientras los capoes ardían. Cuatro. La emisora se fue; con la mano derecha trataba de volver agarrarla y con la izquierda orquestaba junto con los otros vehículos la disonante e irritante banda sonora de su vida. Luego de los atormentadores cinco minutos encontró La Red y notó que unos carros más adelante brillaba una luz de descongestión. Una sonrisa hendió su rostro, aunque ya estaba tarde para la final de Karate, sabía que alcanzaría el par de entrevistas que necesitaba; sus pies jugaban con los pedales para dejar rodar un poco el carro y provocar así al conductor de adelante a hacer lo mismo; pero el conductor de al frente no se movía. La indignación empezó a subirle por la garganta, “todos los putos carros se mueven, menos el mío, que mierda”-murmuró entre los sonidos de los pitos tras él, y fijando la vista hacia delante, para controlar la furia, se concentró en un adhesivo del vidrio trasero del inmóvil automóvil que mostraba a un lagartito vestido con gorra y camiseta blancas “¡liguista tenías que ser, cabrón!” dijo esta vez gritando, asomando la mitad del cuerpo por la ventana y agitando el puño totalmente fuera de sí. La puerta del auto que detenía el tránsito se abrió descubriendo para Guerrero una masa gigantesca de piel y músculos; un negro de unas dimensiones intimidantes empezó a caminar hacia su condorito, al llegar a su ventanilla se inclinó dejando ver unos ojos rojos desorbitados y una boca que se abría soltando un tufo a alcohol que lo mareó y lo hizo temblar hasta el tuétano. Era “el látigo” García en una juma espectacular. Cinco. Al reconocerlo, Guerrero sintió el alivio del que es sentado en la silla eléctrica y luego llamado para ser indultado; aunque no habían llevado una buena relación desde lo de Katerine, él era su biógrafo y se sentía a salvo tras las páginas que llevaba escritas sobre él; “el poder del periodista” pensó sonriendo y repantigándose como podía en su asiento. “¿Qué pasóf Jaimico?, ¿Por qué la chuma tan temprano? Y por qué no invitas”. Y lo que salió de la boca del látigo fue una serie de palabras ininteligibles de entre las cuales logró distinguir un: “llévame al coliseo” mientras abría la puerta del destartalado Cóndor y se dejaba caer cuan largo era, en el asiento de atrás. Guerrero soltó una carcajada más grande que su pasajero y, rebasando al automóvil abandonado, enfiló, entre los autos que avanzaban, hasta el Rumiñahui. “Hay que aceptarlo”-pensó-, “el boxeador este, es y siempre fue de cuarta, pero es medalla de oro en lo que de corazón se trata, seguro ya viene chupando por la Katerine, pobre, pero bien hecho, eso le pasa por pendejo, bien clarito le dije yo que esa man era bien calientahuevos, y una interesada, y que lo iba a arruinar”. Como si hubiera estado leyendo sus pensamientos, el látigo se incorporó y le dijo: “Túm-ela-quitajte, ¿por qué?” y le dieron ganas de responderle, por dios que le dieron ganas de responderle, un: “te salvé la vida pana, y también salvé los pocos sucres que te dejó la infeliz”, pero al abrir la boca y ver el espejo retrovisor se dio cuenta que dormía profundamente, tanto, que cogió de lleno los dos baches que flanquean la entrada del coliseo y ni se inmutó. “Tanto golpe en la cabeza me lo tienen que haber dejado blandito de cerebro”-dijo, muy bajito, mientras abría la puerta del coche y bajaba, “volveré para que me sigas contando tu vida loco” acotó con un amago de sonrisa.
Seis. La pelea lo recibió con el zurdo como campeón.
Maldita sea la hora que empecé a conocer a todos estos pelmazos. “¡Qué más zurdo!”
“Que más panchito, ¿viste cómo le saqué la pugta al pobre?, no sabe ni qué lo golpeó. Le di un mal golpe al infeliz, o sea, malo para él y su cuello, pero bueno para el puntaje. ¿Viste?”
Que ganas de reventarte a patadas zurdo careverga. “Si, si vi, no pudo ni devolverte el golpe, ve loco; como ya te has vuelto medio famoso me mandaron a entrevistarte, así que siéntate y cuéntame el combate”, dijo, mientras asentaba su grabadora en el suelo del coliseo.
“Ahorita no me jodas, que novia me está esperando”
Ya te cagaste zurdito, te voy a sacar una nota tan brutal que mañana van a pensar que ganaste por acostarte con los jueces.
“Bueno, fresco, yo te espero el tiempo que sea, necesito la nota ve, no seas mamón”.
“Está bien, está bien, ya regreso” y se alejó caminando.
Al fondo del coliseo lo esperaba la que Guerrero suponía era la novia, no alcanzaba a distinguirla bien, pero que sa-bro-sa parecí… “¡Es la Katerine!, esta mancita si que se manda el bagre que asome con tal de que tenga plata. Con más ganas te cago en la revista con la nota”.
Siete. Guerrero había aprendido a superar la pérdida de Katerine, no así el látigo que, aún desequilibrado por el alcohol, embestía al que se atravesaba en su camino y se acercaba iracundo hacia la pareja; no le importaba nada ni nadie a su alrededor, tumbaba mesas y cuerpos por donde pasaba. Al llegar frente al zurdo lo encaró llorando, bufando palabras entre palabrotas. “Se me armó un notición”-se dijo Guerrero-“el karateca contra el boxeador, pero ni al Stallone se le hubiera ocurrido esto para Rocky”. El zurdo le dio una patada en el cuello, pero el látigo no se movió, sino que, respondió con un puñetazo directo a la mandíbula. Está muerto. Maldito látigo, no me ganarás, y peor aún me quieres humillar frente a la Katerine, por qué no dejan todos de gritar, bola de hijueputas. Recién es el cuarto round, por qué no me hice periodista mejor, como me dijo mi madre, no estaría tragando sangre en este momento. Ocho.

Un sobresalto, una especia de sacudón instantáneo y violento, sacó a Francisco “mano de hierro” Guerrero del pesado sueño en que lo había sumido el golpe de su contrincante; sin embargo, a la cuenta de ocho se levantó de la lona, el juez del encuentro lo revisó y permitió que continuara el combate. En el cuarto asalto redujo al retador Jaime “el látigo” García a una masa de carne y huesos incapaz de levantarse. MANO DE HIERRO logró defender su título frente a más de quinientas personas. Según confesiones que realizó a este medio, piensa que será su última pelea.

Juan Gabriel Chancay / Edwin Alcarás

4 comentarios:

Unknown dijo...

MUY BUENO!!!!!!

Sentí el astío en la primera parte, y el final es sorpresivo. El ritmo es correctamente lento, casi fofo, pero eso es lo mejor del cuento.

El lenguaje muy urbano, en resumen, me encantó!

Bichito dijo...

excelente Dorian! ya decia yo que son los numeritos jeje
saluditos

Anónimo dijo...

zuuuuuuper vakan
me encanto...
ez el tipo de cuentoz k me enknta leer
zuper vakan
FELIZITAZIONEZ!

Anónimo dijo...

VAKAN ZIPER VAKAN
ME ENCANTO PX....




YEZIZITA...