domingo, julio 09, 2006

al borde de la locura

Cuando la puerta del ascensor se abrió para dejarme entrar en el quinto piso del puto edificio, yo me encontraba ya al borde de la locura…

El sol entró por mi ventana calentando todo lo que su luz amarilla e irritante bañaba. Por lo general me coloco en la cama de tal forma que ese calor espeluznante no se atreva a tocar mi rostro; sin embargo, esa mañana amanecí con la cara volteada hacia el sol, y en vez de dibujar esa actuada y fingida sonrisa, que se ve en los comerciales de cereal cuando las mamás se levantan al lado de su marido (que no babea ni ronca, sino que tiene una afeitada perfecta y un aliento de menta), arrojé la almohada hacia mi ventana y maldije el lunes.
Eran las 8 menos cuarto, y mi vida empezaba a dar la vuelta de nuevo, a principios de semana.
Antes de darme cuenta estaba ya preparando mi desayuno… huevos, en esta casa solo hay huevos que se fríen en el mismo sartén y en el mismo aceite todas las mañanas. Mientras veía los huevos burbujeantes sobre el aceite recordé la puteada que me gané la semana pasada por llegar tarde a la oficina, así que decidí no bañarme, pues la ducha me quitaba mucho tiempo. Qué más daba un día más. Comí del sartén y los pedazos de los huevos sobrantes quedaron ahí esperándome para mañana, casi podía oírlos cuando se despedían con un “hasta mañana imbécil”. Volví a mi cuarto y al instante ya estaba vestido… ¡la gran puta que lo parió! Ya eran las 9 menos cuarto… era imposible llegar en 15 minutos a la oficina… maldito lunes que devora las horas y las vidas de gente que se sume en la rutina, como yo.

Más de 20 taxis pasan en un día en que no se los necesita, hoy no pasa ninguno. Ya son las nueve y hace 10 minutos estoy corriendo hacia una calle un poco más transitada, para ver si uno de estos taxistas hijos de puta me quiere llevar. Bueno, el taxi voló pero me sacó la cabeza…¿¿8 dólares por una carrera de 15 minutos?? Igual estoy tarde ya, mientras a mi jefe no se le ocurra decirme nada podré aguantar un día más de bajar la cabeza y tragarme la lengua.
Me saluda el guardia de la entrada, que quiso ser chapa, pero no le dio la altura.
Ya odio este día… y mientras veía los leds formando los números rojos en la pantalla que marcaban el piso por el que al ascensor pasaba, se hacía más clara en mi cabeza la idea de llegar a la oficina y renunciar, escapar del sistema que mueve a este mundo.

Cuando la puerta del ascensor se abrió para dejarme entrar en el quinto piso del puto edificio, yo me encontraba ya al borde de la locura…
Abrí la puerta de la oficina y entre sin saludar a nadie… me senté frente a mi computadora y me puse a trabajar. La voz de mi jefe no tardó en llegar: Juan, necesito hablar contigo. La pequeña salita de conferencias me recibió con un sopor insoportable. Otra vez tarde Juan…
Mi mente ya no estaba conmigo, me levanté de la silla en la que él amablemente me había invitado a sentar y con las dos manos la tomé del espaldar, solo pude ver un segundo a mi jefe cuando vio que la levante sobre mi cabeza … por un instante su cara se llenó de un miedo que jamás había sentido y poco a poco vi cómo sus ojos se hundían en sus cuencas, su boca extrañamente se cerraba, como si fuera una cremallera, su cabello caía y su tez se tornaba blanca… era algún tipo de ser sin rostro, era el rostro del sistema, y en eso me estaba convirtiendo.
La silla se estrelló contra su nariz y el rostro blanco que creó mi mente desapareció para dar lugar a una mancha grande y pronunciada de sangre.
El primer grito fue seguido por muchos otros cada vez de menor intensidad, la silla de metal crujía sobre los huesos de su cara en cada golpe que yo asestaba. La secretaria apareció en el umbral de la puerta y gritó de tal manera que sentí que me reventaba los oídos. Al momento cayó desvanecida y el conserje, que se encontraba atrás de ella pudo ver todo el espectáculo que mi huída de la rutina estaba creando. El resto de la oficina se apretujo en sus cubículos con miedo; todos los ojos se hundieron en sus cuencas y las caras blancas volvieron a aparecer, dibujando ahora algo nuevo… códigos de barras en vez de narices, de ojos, de oídos y de bocas.
Yo me sentía liberado, con una fuerza que jamás había sentido.
Los guardias del edificio llegaron con sus caras llenas de códigos y con pistolas dispuestas a escupir fuego.
Abrí la ventana y salté… Adiós huevos, grité… ¿¿ahora quién es el imbécil??
Los cinco pisos pasaron frente a mis ojos, no hubo recordatorio alguno de todo lo que fue mi vida, ni de los malos momentos, ni de los buenos, no hubo recuerdo de padres de amigos o de novias… lo único que pasa por tus ojos cuando estás a punto de morir, como yo, son las ventanas del edificio que acabas de saltar.

Llevo ya más de 20 años aquí, en este hospital… el sistema me ha vencido, soy un número más en la estadística de los locos que se tiran desde un quinto piso y quedan vivos pero en coma. Veo a todo el mundo, pero hace ya tanto tiempo que todo el mundo dejó de verme.

4 comentarios:

Pastv dijo...

Eso pasa por no usar sartenes con teflón.
Lo bueno es que por el momento yo estoy sin jefes chillones. Existieron un par de veces en que si intenté tomar la acción de juan y repetirla.
Lastimosamente falto ¿locura?

LA Gaby dijo...

Me siento identificada!!! jejeje cuantas veces no kerría yo estamparle la silla a la ke fue mi jefa y restregarsela en la cara... porke cuando uno se vuelve jefe se cree superior a los demás???

Anónimo dijo...

Que bueno que has vuelto a escribir!!! me parece que el argumento del cuento es bueno, pero está escrito con demasiada rabia.... Pero lo importante es que volviste.

Un Saludaso!

Anónimo dijo...

You have an outstanding good and well structured site. I enjoyed browsing through it » » »