viernes, septiembre 08, 2006

El café

El café de las diez no logró despertarme. Ahí él, todo amargo y todo negro, sin azúcar, sin cuchara y sin ganas, como yo.
El café de las once llegó tan rápido que sentí que era el mismo de las diez; hasta ahora no estoy seguro si era el de las diez, de hecho.
El café de las doce me vio terminar un proyecto; mientras se enfrió vistió las paredes de mi taza inmortal con un tono más oscuro que el habitual.
El café de la una me dijo que vaya a almorzar. Le hice caso y me almorcé al café de la una y media, y de postre tomé el de las dos.
El café de las tres me dijo que fuera a casa, que abandonara la oficina por hoy y me tomara un descanso merecido. Mis dientes ovacionaron la moción del café de las tres, felices de no recibir más color por el día de hoy. Mi gastritis incipiente maldijo el momento en que pensé apagar el ordenador y dejar todo para mañana; pero bendijo el instante en que decidí quedarme hasta las nueve a terminar todos los trabajos pendientes.
El café de las cuatro me presionó para que comiera, pero, cuando iba a pedir algo de comida por teléfono, el café de las cinco me dijo que ya no tenía hambre, que me ahorrara esa plata… para comprar café, pues casi estábamos desabastecidos.
El café de las seis no soportó más la taza, que no había sido lavada desde hacia tres meses, y sintiéndose más libre que nunca se volcó para correr libremente sobre los bocetos de la siguiente campaña. Mi gastritis se sintió crecer al imaginarse cuánto se alargaría la noche para rehacer el trabajo perdido, “cuando sea grande quiero ser una úlcera, pensó, y si todo sale bien quiero ser cáncer”.
El café de las siete me sorprendió encontrando una copia de los bocetos, casi acabados, en el fondo del décimo tacho de basura que revisaba.
El café de las ocho me dijo que el trabajo estaba acabado y que lavara la taza por Dios.
Con el café a media asta me dirigí hacia los lavamanos; cuando la taza cayó al suelo logré distinguir entre los pedazos de cerámica el grito sordo de adiós del café de las ocho.
Cuando dieron las nueve me descubrí llorando sobre los restos de la loza.

Ya amaneció y mis compañeros me encontraron desnudo nadando en una mancha café que se dibujaba en los azulejos del baño. Ahora nadie dice nada, todos me miran y se miran entre ellos… y yo solo puedo pensar en que pronto serán las diez, necesito mi café.

8 comentarios:

LA Gaby dijo...

Maldita sea!!! Yo por mis problemas hépaticos no puedo tomar cafe :( Suerte la tuya! Que bueno q hayas vuelto a postear!

Unknown dijo...

Tengo mi duda. El café es colombiano o de otra marca? Hay marcas muuuy adictivas.
Un par de cucharadas de Mylanta a las nueve, a las dos y antes de dormir, curarán esa gastritis incipiente.
Atractivo blog.

Hiscariotte dijo...

Adicto al café nunca he sido; me gusta, sí, pero no al extremo. Pero recuerdo con una claridad pasmosa que el mejor café que he tomado en mi vida fue en una hostería por Riobamba, y nunca supe si era propio del lugar o de dónde mismo.

Saludos, ya regresaré.

Anónimo dijo...

Monumental! Un relato corto alrededor del café! Un gracias de parte de los que nos gusta solo por placer y a veces como material para mantenernos despiertos.

Eso si, no desprecies el café sin azucar... puede ser amargo, pero es auténtico, sin maquillajes.

Anónimo dijo...

Demasiado cafè, si eres moreno te vas poner mas negro y si eres blanco te vas poner moreno. Y ya dejalo te lo esta pidiendo la gastritis.

Okidoki.

Pastv dijo...

Que lindo cuento al café, me encanta la bedida negra, tan negra que pinta la taza. Claro, los estógamos son los que mas se quejan con aquella bebida. Pero creo que si alpgun día me prohiben tomar café, me bañaría en él, para ver si entra por los poros... De alguna manera habrá que aprovecharlo...

Rê Sarmento Photography dijo...

Por favor, estou fazendo um fotolivro com o tema de café, e colocando alguns poemas e frases, e gostaria de saber a autoria deste texto postado sobre o Café.
Grata.
Rejane

Anónimo dijo...

Hola Rejane
El cuento es de mi autoría, soy el administrador de este blog; si deseas publicar la historia tienes mi consentimiento; eso sí, te agradecería que lo hagas publicando también mis datos personales como autor:
Juan Gabriel Chancay Bermello
30 años
Quito, Ecuador