miércoles, septiembre 03, 2008

Cállate, Ana Camacho.

Nunca sabía cuando callarse, con la funda de papel en su mano y con la rabia apenas contenida recuerdo que me dijo: “deberías haber muerto al nacer, maldita” antes de que clavara el picahielos en su ojo -en su ojo perfecto- y me arrastrara dando tumbos por la habitación mientras clamaba por ayuda “si quieres atravesar ese hielo”, me dijo cierta vez que se organizó una fiesta en casa “si quieres atravesar ese hielo deberías utilizar algo más grande que una cuchara, estúpida” hecha la inteligente, como siempre; bueno pues, ahora sí traje un utensilio más grande, si buscaba atravesar tu cabeza iba a necesitar algo más que una cuchara. Aún así, la indignación me trastorna cada vez que veo la sangre coagulándose en tu mejilla, y me indigno por que cuando nos encuentren, serás una vez más la víctima y la protagonista de la situación: con tu único ojo abierto en ese rictus que adoptan los ojos de un muerto, diciendo, sin que ninguna palabra salga de tu boca “me ha matado, mi hermana me ha matado, por ser más guapa, más alta, más inteligente y más exitosa que ella, me ha matado porque nunca pudo hacer nada por sí misma y por que he tenido que cargar con ella toda mi vida, ¡Esta vaga de mierda, me ha matado!”, diría.

Y -állate, malhita -diría yo- állate, Ana amacho- maldita Ana, mil veces maldita por arrastrarme hasta esto.

Maldita por empezar la conversación que me llevó a matarte… “Mira Juana” -dijiste con la mayor condescendencia que podría tener tu voz- “lo he estado pensando, y creo que quiero casarme; quiero casarme con Danilo” -y mi odio se acrecentaba a medida que te escuchaba, porque cada palabra me traía los recuerdos de la risa de Danilo el día en que lo conocí, bueno el día en que lo conocimos. Yo le gusté, estoy segura. Y tú te diste cuenta, y lo quisiste para ti, para ti la guapa, para ti la coqueta, para ti la puta. La puta siempre tan pendiente de todos mis movimientos. Y al siguiente día la llamada, esa llamada que debió ser para mí, para mí la fea, para mí la descerebrada, para mí la incompleta. -“Aló, buenos días”- ¡Ay! Qué amable que era mí Danilo, qué educado y qué imposible para mí -“Aó, ¿anilo?”- “¿Ana?, he estado pensando en ti toda la noche, ya quiero verte de nuevo, es lamentable todo lo que te ha pasado desde pequeña, pero a mi no me importa, quiero saber más de ti, tenerte cerca y… quién sabe, talvez podamos deshacernos de, de, de ese estorbo junt…”- Ese estorbo era yo, como si no conociera a mi hermana, siempre fui para ella “ese estorbo” - “No, anilo…. oy uana”- y entonces los dedos arrancándome el auricular de las manos y cada noche las interminables conversaciones en cuchicheos sobre su futuro juntos y sobre mi futuro también. ¡Por dios! no pueden culparme, yo sé que querían librarse de mí, actué en defensa propia, Ana sabía que la única forma de casarse con él era quitándome de su camino, pero debía ser cuidadosa y estoy seguro que lo hubiera sido, al menos más que yo, que he acabado embarrada con su sangre y cargando su inútil cuerpo.
El problema, creo yo, no fue Danilo; vamos, que aunque me gustara mucho y aunque yo quería que fuera mío, el problema con él es algo que se sitúa en un plan secundario al hacer recuento de toda mi vida con Ana. ¡Qué difícil era moverla!, nunca pensé que pesara tanto, y con mis limitaciones..; pero en la cama estaremos más cómodas, el suelo de la cocina es muy frío, además se me antoja hermosa la imagen de mis padres -ahora sólo míos- llegando a la casa y descubriendo que un rastro de sangre cruza desde la cocina hasta su cuarto y luego encontrando a sus dos hijas -en realidad a su hija y al engendro que no podía caminar- sobre el lecho donde fuimos concebidas, maldita sea, tuve que haber sido escritora, quería estudiar literatura o periodismo o lo que sea que me vinculara con la escritura. Y de ahí el problema más grave, el que te ha causado la muerte, hermanita.
Mis padres y su preferencia desde que tengo uso de razón por la princesita de la casa, por la que sí podía correr por los pasillos y no por la que tenía que moverse en una extraña silla con ruedas, siempre inevitablemente atrás de la hermana exitosa. Ana fue la que eligió la escuela en la que estudiamos las dos, la escuela a la que iba una de nuestras primas, una que me amaba en un inicio pero que luego fue presa de los encantos casi irreales que tenía Ana sobre la gente y yo pasé a ser su estorbo, el estorbo de todos y, naturalmente con mis dificultades al hablar no podía defenderme… pero sí podía leer, y leía como una maniática, me devoraba cada elemento impreso que aparecía frente a mí, y podía escribir, cuando escribía era igual que cuando pensaba o cuando leía, libre igual que ahora, y me refugié en bitácoras interminables en donde el protagonismo no lo tenía mi voz gangosa y mis construcciones lingüísticas defectuosas, sino, personajes ficticios, propios de los relatos más oscuros de Poe, que demostraban todo mi desprecio por el género humano y que encontraban gran inspiración en seres despreciables como mi hermana y la gente que la rodeaba. Pero no era fácil, nunca pensé que lo sería.
-“¿Qué quieres estudiar mi amor?”- y aún cuando recuerdo esta simple pregunta, que llegó a finales del último nivel de educación secundaria, siento que las lágrimas vuelven a mis ojos porque, como es evidente, la pregunta no era para mí sino para mi hermana, y la bruta va y dice -“yo quiero ser cantante papi, quiero estudiar música”- y vi en ese momento mi futuro sellado, papá no sabía la música que escuchaba mi hermana, esa mierda comercial donde cantan sobre tener sexo con ropa o pendejadas como: “Vamos, cázala” y la voz de putita de turno (seguramente para lo que quería estudiar música Ana) que coreaba en el fondo “Cázame” “Dale, sin miedo papi, persíguela… ¡persígueme!” Esa música como salida de las alcantarillas resonó en mi cabeza durante 3 años. Y fue algo como un maremoto que arrasó el resto de la paciencia que me quedaba, por suerte nunca le dio por acostarse con ninguno de esos especímenes horrorosos exponentes de esa música suburbana y, aunque le hubiese encantado, no hubiera podido porque yo estaba ahí, siempre con ella, como una maldición compartida, una maldición de parte y parte, al menos eso compartíamos, la maldición de ser hermanas.
Ahora, contigo aquí derramando el resto del contenido de tu cuenca ocular sobre las sábanas y una pequeña masa blanca que no quiero creer que sea el cerebro, empiezo a entender la rabia que me tenías y hasta me da un poco de pena haber acabado con tu vida. Tuvo que ser horrible el darte cuenta, desde muy pequeña, que estabas al cuidado de una inválida, porque nuestros padres no iban a hacer nada por hacerme la vida menos insoportable; tú en cambio, bien o mal, siempre procuraste que no me faltara comida al menos, y sé muy bien que trato de justificarte, porque siempre te daban el plato de comida a ti y a media comida decías “estoy llena, ya no puedo más, acábate el resto Juana” Y no sé si mis padres esperaban que, al dejarme sin alimentos, me secara y fuera una parte de sus vidas fácil de extirpar, pero lo que sí sé es que me odiaban, que hubieran preferido que muriera al nacer tal y como Ana me dijo antes de, antes de lo del picahielos. Y también me doy cuenta de lago más, algo extraño que pasa en mi interior; siento que todos sus recuerdos, toda su lástima, sus sentimientos y… toda ella en realidad se vierte sobre mí, no, no se vierte, es como si llenara un espacio que siempre estuvo vacío. La radiografía se ha quedado atenazada en su mano tiesa como una pinza, y la tomo para comprobar porqué nunca pudieron separarnos, en el sobre de papel se lee Craneópagas.
-“Así nos llamamos”- digo en voz alta, articulando las palabras con tanta claridad que doy un respingo de la sorpresa. Acostada de espaldas, con mi hermana junto a mí, como toda nuestra vida, pongo la radiografía al contraluz del foco halógeno en el techo del cuarto y veo los cráneos, tan juntos, fundidos, como si fueran un maní de proporciones desmesuradas, -“craneópagas”- vuelvo a repetir claramente, el defecto de mi habla se ha ido, una parte de mi cerebro estaba absorbido por el cerebro de mi hermana, ahora me doy cuenta de cual parte, la muerte de Ana me ha devuelto la facultad de hablar y me siento muy agotada. El arrastrarme hasta acá, sólo con mis brazos y cargando el cuerpo inerte y el peso de mis pequeñas y atrofiadas piernas, se ha llevado toda mi fuerza y de reojo noto que la sustancia que se vacía de la cuenca ocular, en donde antes estuvo el picahielos, sí es el cerebro. En mi cabeza resuena como una letanía la eterna maldición “deberías haber muerto al nacer, maldita”, la voz de mis padres hablando con una lista interminable de médicos, “lo mejor sería dejarlas juntas, la operación es muy peligrosa”, “ Ana y Juana Camacho, las pegaditas” nos decían, la voz de mi hermana en medio de todo el ensueño en el que me fundo mientras veo mi masa cerebral salir por una cuenca vacía, “deberías haber muerto al nacer, maldita” y el gusto de poder callarte articulando bien las palabras… Cállate, Ana Camacho.

10 comentarios:

Recomenzar dijo...

Tanto tiempo pasaba simplemente para dejarte un beso

Joy dijo...

yaaaa!! a los años que escribes, y como siempre, me sorprendes!!

Saludos!

Joy dijo...

y, por cierto, creo que no hay fuerza más desmedida que la que se produce por el odio; si uno no sabe controlarse, las cosas que puede terminar haciendo no? Por eso prefiero no enojarme, a veces me doy miedo enojada, pero enojada BIEN ENOJADA, :P

Pastv dijo...

compadre!Con todo el cariño que nos caracteriza, vuelvo y repito.
Ud. Su mercé tiene paja en la cabeza!
Bien el cuentro Bro!

LA Gaby dijo...

siempre con la misma sensacion en la boca... me quedo como sin aliento mientras leo, y después me toca volver a mojarme la boca aunque normalmente después de que termino de leer está completamente abierta...

clap, clap, clap!

Besos,

Tm dijo...

ahhh! esta genial! definitivamente esto es lo tuyo! me gusto mucho este (como todos jeje)... nos vemos!

Ms. Davis dijo...

tiene una una capacidad indefinifle para descreibir a tus personajes a medida de que el relato avansa, me agrada, como escribes, los personajes que elijes, me agrada

Alguien dijo...

Pase, lea, diviertase, si quiere comente y quedese con la intriga...

Ismaelo dijo...

bien bien esa es amiguin q buenos relatos los tuyos un abrazo... de trovador.

Anónimo dijo...

Hola!!! realmente me dejaste sorprendida!!! EXCELENTE me parecio tu cuento... Saludos!!!! Tu amiga del Pinturillo... LIZ