viernes, junio 19, 2009

El mundo de afuera

En los momentos de crisis,
Sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.

Albert Einstein



La televisión encendida era hoy, igual que todos los días, su canción de cuna predilecta, no era que la disfrutara o la prefiriera sobre otros sonidos, pero cuando no hay más que escuchar se termina disfrutando lo indisfrutable.

El mundo en el que vivía era pequeño, y pequeñas eran sus pretensiones; en cuatro pasos llegaba de un extremo al otro si lograba salvar el único obstáculo que significaba para él la cama. Sí; sabía lo que era una cama, no así una camilla, la cual había escuchado mencionar alguna vez en una película, pero pese a repetirla diez y cien y mil veces revisando hasta los pixeles más escondidos de la pantalla, nunca había logrado ver una. Sentía gran curiosidad por ver una camilla. Ventana sí tenía, pero una con barrotes dibujada con tiza, arriba de la mesa dibujada con tiza que descansaba mansamente sobre una de las paredes de su cuarto. Un bañito, una alfombra y una puerta, estos sí reales; el baño para mear, le había dicho su padre; la alfombra para sentarse a comer y la puerta que se abría solo para que su padre pasara con la bandeja de la comida y la película de turno; nunca será una película mala, le había dicho cuando era un niño, siempre selecciono las mejores para ti, y le había revuelto el cabello con su mano gigantesca. Ahora, veinticinco años más acá, habiendo salido nunca de su mundo, notaba que trataba de traerle siempre historias en donde no hubiese muchas cosas nuevas, siempre la misma actriz o el mismo actor, siempre en pequeñas ciudades y siempre huyendo de asesinos implacables o catástrofes de inconmensurables dimensiones. Así es el mundo afuera, decía cada vez que entraba en su mundo de cuatro paredes.

Y eso me dijo el día en que, entrando a mi cuarto, caminó extrañamente tomándose el pecho y luego de dos pasos indecisos entre el ir y el venir, se desplomó sobre el filo de mi cama rompiendo sus costillas y escupiendo sangre sobre el piso ya salpicado por la sopa que me traía como todos los días. Luego mis lágrimas y mis vanos intentos por reanimarlo, así como lo había visto en las películas, golpeándolo en el pecho y besándolo en la boca, su partida inevitable que me llegaba para abrirme una puerta que ya estaba abierta tras su cuerpo endurecido por la muerte. También fue inevitable atravesar la puerta, encontrarme con lo que los actores llamaban sala, una gran sala, una gran casa, una cocina como cuatro de mis cuartos, y ventanas, ventanas de verdad, aunque tapiadas con tablones de madera; muchas latas por todas partes, latas de menestras, verduras, kilos y kilos de arroz, máscaras extrañas y el miedo de ver la puerta que daba a lo que debía ser la calle.

Fuera el mundo era real, no estaba lleno de asesinos como me había dicho mi padre, no había una amenaza latente de un holocausto próximo, el mundo estaba lleno de personas y no de personajes, todos más brillantes que en la televisión, más brillantes que en los videos; y el sol, el sol era cegador, implacable, y no el punto amarillo del tamaño de una moneda que veía en mi tele de diecisiete pulgadas. Había perros de diferentes tamaños y colores, paseando a sus dueños con una correa; personas que me veían como si yo viniera de otro planeta, o tal vez era yo el que los veía como si fuesen de otra galaxia, nunca había visto tantos tonos de piel en las personas, mirarlos a los ojos era perderme en un abismo, seguirlos era embriagante; y las mujeres no eran planas como en la pantalla, eran reales, sus senos parecían menos firmes de lo que yo recordaba, pero más grandes y provocativos y, ¿se encuentra bien? y más a mi alcance.

Era la mujer más hermosa que había visto en mi vida, seamos justos, era la primera mujer que había visto en mi vida, me subió en un automóvil y también resultó ser lo más emocionante de mi vida, las calles, las personas y los edificios incluso, pasaban a una velocidad impresionante, ella estaba emocionada casi como si pudiera ver desde mis ojos, pero eso era imposible, no podía ver a través de mis ojos, jamás entendería el placer de sentirlo todo como si fuera nuevo, el sentirlo todo por primera vez. Al llegar al albergue, así era como ella lo llamaba, habló con un tipo extraño vestido con corbata, le dijo algo sobre mí, que me diera ropa, que me cuidara que ella volvería; pero yo no me quería quedar ahí y se lo dije, le conté sobre la muerte de mi padre, sobre mi vida y mi encierro, quiso ir donde estaba el cuerpo, pero yo no sabía en dónde vivía. Tuvo pena, lo sé, y odié su lástima aunque fue esa lástima la que me llevó a su casa, y entonces ahí, casi nada; el contarle cómo me emocionaba ver un florero, las flores, los colores y las texturas, ella con su incansable lucha para entender un poco lo que yo le contaba, olores en la vida olidos, sabores jamás saboreados, cuerpos nunca tocados. Le hablé de la indolencia con que me parecía que vivían todos, su indiferencia hacia todo lo maravilloso que los rodeaba, ella me miraba como si yo fuese un loco, y tal vez sí estaba un poco desquiciado cuando llegando al borde de un clímax de sensaciones, me encontré desnudo y la descubrí desnuda sobre mí, diciéndome al oído que ella no era indolente, que podía sentir, que tenía piel, ojos, oídos y nariz, que le enseñara a sentir como yo sentía, que ella me enseñaría otras cosas, como esto, y como aquello; y con las acciones acompañando sus palabras me hacía esto y aquello y esto otro. Se podría decir que ahí es donde empieza la locura.

Me gustó tenerla, pero me gustó más aún el saber que nunca nadie más la iba a tener, saber que sus breves jadeos terminaron ahogándose en su garganta bajo el peso de mis manos. Cómo me habrá visto ella a través de sus ojos, me preguntaba mientras desprendía los últimos pedazos de piel o venas, o algo así, de sus globos oculares.

Pensé que dentro de su casa se vería todo diferente usando como un visor uno de sus ojos, pero no era así, se veía todo oscuro, sería porque esos ojos ya conocían todo lo que estaban mirando, así que salí a la calle a ver cosas diferentes y entonces escuché los gritos, y vi gente acercándose a mí con mirada de terror, y yo tratando de explicarles que no pasaba nada que al igual que vivir, morir también podía ser disfrutado, que tenía su encanto, y me reía, cómo no reírme, jamás había sido tan feliz en mi vida. ¿Cómo iba a lograr mi padre mantenerme alejado del monstruo de las películas si el monstruo siempre fui yo? ¡Fui yo!, ¡siempre fui yo!, gritaba mientras llegaba la policía.

Una ventana con barrotes en una de las paredes pareciera enmarcar para el que ve desde afuera, si es que alguien puede asomarse a mi ventana, el mundo en el que vivo. Es un mundo pequeño, y pequeñas son mis pretensiones; en cuatro pasos llego de un extremo al otro si logro salvar el único obstáculo que significa para mí la cama. La televisión está ahí, encendida, y mientras la estática espera pacientemente otro vídeo yo me siento a esperar también, disfrutando lo indisfrutable.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como siempre Dorian.... morboso... abrumador.. y exquisito a la vez...
Tus cuentos nunca dejaran de sorprenderme??
Salu2!!! LIZ